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*  21 de Marzo 2008: ZOURAT - CHOM – ATAR: Lío en río

*  22 de Marzo 2008: ATAR - AZOUGUI – ATAR: Descanso en el Bab-Sahara

*  23 de Marzo 2008: ATAR - CHINGUETTI - ATAR – NOUAKCHOTT: Puerta del desierto

 

 *  21 de Marzo 2008: ZOURAT - CHOM – ATAR: Lío en río

 

A las tres de la mañana, después de doce horas de traqueteo y latigazos, ya estábamos llegando a Chom. Era un pequeño pueblo en el medio del desierto donde esperaban un montón de todo-terrenos para recoger a los viajeros y desde hay llevarlos a sus destinos finales. Pero cual fue nuestra sorpresa cuando el tren no aminoraba, ¡no nos lo podíamos creer! Ni siquiera a los mauritanos, que son gente dura de verdad, se les pasó por la cabeza ningún intento de abandonar el tren “por las malas”. El tren no paró. Siguió su camino. No iba a ser todo perfecto: no pagas nada, te da un rulo por el medio del desierto, te brinda una luna de la hostia,…No vamos a pedir también que pare donde nos venga bien… Nuestros compañeros de pasaje lo asumieron con resignación, sin una sola queja, y el ajetreo previo a la estación ceso rápidamente volviendo cada uno a su lugar de descanso.

La siguiente parada era cinco horas mas adelante en dirección totalmente opuesta a Atar. A las ocho de la mañana ya llegábamos a Zourat, ciudad donde se halla la mina que justifica la existencia del tren. La llegada fue bastante cómica, con un montón de autos locos corriendo paralelos al tren para descargar las mercancías que llegaban.

  

Tras la confusión inicial, empezamos a analizar nuestras opciones. La más obvia y la que la mayoría siguió fue esperar a que el tren volviera de regreso en la tarde y confiar que parara en Chom. Después de todo el tiempo que habíamos perdido, esa opción no nos valía, así que nos dirigimos en un auto loco (Land Rover de los 60) hacia la ciudad a ver si había otras opciones. Houisse se encargo de todo. Primero el taxi nos llevo a la comisaría a que nos registráramos, y cuando vimos que se llevaban nuestros pasaportes ya empezó a olernos al típico lío de maderos. Tras una hora esperando nos atendió el mando de turno, que daba la sensación de ser un semidiós por como estaba en su “despacho-cielo” y por el acojone con el que le trataban los demás policías. Obtuvimos su beneplácito sin contratiempos y nos dirigimos a la estación de taxis colectivos.

Estábamos de suerte y había un taxi* casi lleno que salía hacia a Atar. Era un Toyota Land Cruiser en el que íbamos 15 personas, 3 adelante y tres filas de cuatro personas bien encajaditas. Houisse no nos había abandonado ni un momento, y como agradecimiento le pagamos el transporte. Tras asegurar todo el equipaje en la baca concienzudamente a las 11.30 salimos hacia Atar.

* Taxi colectivo: Zourat (11:30) – Atar (20:30). Precio: 4000 Ouguiyas (10,40 €)

  

Paco empezó a sentirse mal al principio, y jodidísimo a medida que pasaban las horas. Le trasladamos al asiento de adelante donde iría más cómodo, pero no sirvió de mucho, estaba infectado por el “mal del viajero aluchino”. Los síntomas son inequívocos: cansancio, fiebre, diarrea, vómitos…Es debido a una sobredosis de calor, frío, privación de sueño, comida toxica….En términos mas aluchinos, para que nos entendamos: el dañito de los últimos días le había metido una hostión que le había dejado to´o chungo.

Los paisajes que atravesamos ese día fueron algo enorme. Cada par de horas parábamos en el desierto por motivos fisiológicos (mear), espirituales (rezar), o mecánicos (a empujar el coche un rato).  Tras unos minutos de parada, el conductor apagaba el ruidoso motor diesel de nuestro Toyota, y nos encontrábamos en medio de la nada, con un silencio tan absoluto que casi te tenías que tapar los oídos. Permítanme que aúlle, AAAAAUUUUUUU!!!!

  

A las cinco de la tarde entrábamos en Chom, donde nos deberíamos haber bajado catorce horas antes del tren, solo que ahora en vez de frío, pegaba un sol de justicia. Era un pueblo pequeño, de calles sin asfaltar, que al estar en la parada del tren ofrecía ciertos servicios a la gente que iba de paso. Consistía básicamente en un plaza con algunas tiendas de alimentación, autos locos esperando al siguiente tren, niños correteando y un restaurante. Como en toda Mauritania, las casas estaban improvisadas con materiales diversos. Aquí el material estrella eran gruesas vigas de hierro provenientes de los raíles de la línea férrea. Los mamotretos de hierro garantizaban que los techos de estos cobertizos resistieran unas cuantas toneladas encima.

  

El restaurante era una sala enmoquetada sin sillas ni mesas y bien oscura. Había mucha gente descansando del sol. Entre los comensales paseaban cabras y ovejas que se encargaban de los restos y de limpiar los platos. A su vez, ellas mismas estarían en los platos los siguientes días. Eso es reciclar, ni los alemanes, ni los nórdicos, ni naaaa…No consumen agua para limpiar, y para mantener la carne fresca, que mejor forma que mantener al bicho vivo, sin gastar energía eléctrica.

Paquito, por supuesto no comió nada, bastante tenía con agonizar tirado en la sala. El polaco, Marczin, tampoco quería comer nada, y ya llevaba por lo menos un día de ayuno, así que ya me estaba temiendo otro chungazo.

Compartí con Houisse y otro chaval que llevaba con nosotros desde Nouadhibou un plato para los tres y como siempre en Mauritania sin cubiertos. En estos países se come con la mano derecha, dejando así la izquierda para las necesidades fisiológicas. Con el hambre que tenía, bastante me acordaba yo, así que eche la mano izquierda a la comida provocando la consiguiente carcajada de mis compañeros de plato. Correspondí con una sonrisa y me dispuse con la mano derecha, pero a lo mejor no debían reírse tanto, porque bastante sabían ellos que mano utilizaba yo para descomer….en fin…

Estaba bastante preocupado por Paco, pero confiaba en que esa fuerza castellana  lo podría todo. Mientras tomábamos las tres tazas de té de rigor después de comer, hice algunas fotos a las ovejas y cabras que andaban por el restaurante. Parecía que estaban posando a la cámara haciendo tonterías y monerías  sin parar. Lo de sacar fotos  a las cabras, fue algo que hizo que me convirtiera en el centro de atención, y todos juntos nos pasamos unas risas degradando a los pobres bichos. Acabo todo el restaurante despollado.

El caso es que disfrutaron tanto del show de “El aluchino, la cabra y la cámara”, que me invitaron a comer, y el ambiente del resto del viaje, si ya era amigable, se convirtió en casi fraternal. No era para menos, llevábamos mil horas de viaje juntos. No paraban de hablar entre ellos, de contarse chistes y adivinanzas, de tratar de explicarme cosas con paciencia infinita, de mirar con gran asombro los mapas y guías sobre su tierra que como buenos turistas portábamos.

  

Después de 30 horas de viaje, por fin a las 20.30 llegamos a nuestro destino completamente derrotados. Mi compi de viaje ya no podía mas, llevaba no se cuantas horas con una fiebre altísima y encima en este entorno que no era precisamente de reposo.

Houisse todavía no se despega de nosotros, y no nos dejó hasta que estuvimos alojados. En esos momentos que mi compi flaqueaba, la ayuda y compañía de Marczin y Houisse fueron impagables, les estoy sinceramente agradecido. Después de dar unas vueltas por Atar, ciudad laberíntica y sin una sola luz en la calle, acabamos en el Camping Bab Sahara*.

* Bab Sahara. Boite Postale 59 Atar (Mauritania). Tel (00222) 5464573. justusbuma@yahoo.com GPS: 20-31-157 N / 13-03-723 W 2000 (ougiyas /pers. (5,20 €))

  

Este camping lo llevan un par de auténticos hippies de los 60, Kora y Justus (alemana y holandés),  que hace unos cuantos años se establecieron en el paraje. Cuando llegamos, instalamos a Paco en una jaima donde cayo fulminado. A pesar del cansancio que traíamos, todavía no había llegado el tiempo de descansar para Marczin y para mi, había que hacer algo con Paquito. Kora, tras darse cuenta de mi intranquilidad dando vueltas por el camping como un loco, se encargó del largo. Durante esa noche y el día siguiente se cuido de él como una madre. El Sr. Palentino  habla alemán sin problemas, lo que contribuyo a que se estableciera una relación muy cercana entre ellos.

Kora preparó una pócima de un sabor horrible, que mi polluelo se acabo bebiendo, después de tirarla alguna vez sin que no diéramos cuenta, en plan niño pequeño. No debía ser la primera vez (ni la centésima) que la tocaba cuidar a un guiri a quien las condiciones extremas del desierto le habían jugado una mala pasada. Cada cierto tiempo la madre adoptiva  o yo cambiábamos las toallas húmedas con las que envolvíamos las piernas del polluelo para tratar de bajarle la fiebre.

En un momento dado, Kora averiguó que el verano anterior habíamos estado en la India, y barajó la posibilidad de que fuera malaria, ¡estaba flipando! He de confesar que cuando la oí decir esa palabra delante de Paco, me cruzó un estremecimiento de mal rollo por todo el cuerpo y bien a gusto la habría dado una patada cariñosa en la espinilla. Por suerte, no se confirmó el diagnostico.

Por fin, estaba descansando y atendido, así que Marzcin y yo tuvimos tiempo de relajarnos y disfrutar de una merecida cena en el patio del camping. El polaco se fue a su mochila a por “algo de beber”. Me explicó que era una especie de vodka que vendían en Polonia, pero que no se vendía como vodka sino como veneno (poison). Pero que se podía comprar también el “de-poisoner”, y así convertirlo en vodka, evitando de esta forma el pago de los impuestos del alcohol.

El posion/depoisoner no tardó mucho en hacer efecto en nuestros cuerpos exhaustos y estuvimos charlando Marczin y yo varias horas. Aquí fue cuando le conocí realmente. ¡Vaya personaje! ¡Vaya fenómeno! Me empieza a contar sobre su vida, sus “business”, sus experiencias tóxicas…  En cierto punto me intentó convencer para que me tomara un tripi con el, pero dada la situación, creo que no era buena idea. Bien entrada la noche, extenuados, descansamos merecidamente.

 *  22 de Marzo 2008: ATAR - AZOUGUI – ATAR: Descanso en el Bab-Sahara

 

Paco había dormido placenteramente, solo interrumpido por las 40 ó 50 veces que tuvo que correr al baño. Siguió con fiebre bastante alta durante todo el día. Ni el polaco ni yo  salimos del camping hasta la tarde. Para quien me conoce, le será difícil creer que aguantara quietín tantas horas sin haber visto absolutamente nada de la ciudad, pero es que a parte de necesitar cierto descanso, ese lugar tenía algo especial. Todo el día tirado a la sombra, cambiando las toallas al irreductible Palentino, hablando con unos y con otros, leyendo un libro de Javier Reverte*, escribiendo muchas de las notas que ahora se convierten en esta crónica y… pensando. En definitiva, se estaba a gustísimo. Si alguien algún día necesita tranquilidad, este es el sitio. Marczin también aprovechó para achicharrarse al sol en las hamacas, no se como no le dio algo…

* La aventura de viajar.

Durante la mañana de retiro espiritual en el  Bab-Sahara conocí a dos italianos que pululaban por allí, Roberto y Guido, que mas tarde resultaron ser dos fenómenos que nos dieron unas cuantas lecciones sobre la vida. También tuve ocasión de charlar con Justus sobre la cancelación del Paris – Dakar. Explicaba que realmente no hubo ningún tipo de amenazas de fundamentalistas, sino que la interrupción fue debida a los intereses por cambiar el famoso rally a otro escenario. Sostenía que fue simplemente una excusa para que los multimillonarios seguros que cubren la carrera no tuvieran que hacerse cargo de los gastos de cancelación. Las amenaza terrorista no eran un supuesto incluido en las pólizas.

Cuando el gran sol sahariano bajo un poco la intensidad -por fin- salimos a dar una vuelta por Atar. Era una ciudad de callejuelas polvorientas, llenas de niños y con un gran ambiente comercial. En los mercados abundaban verduras cuyo verdor contrastaba con los colores ocres de una ciudad en el medio del desierto. Como es habitual en África, los carniceros con las piezas de cordero colgadas en la calle, expuestas al polvo y al calor. Digo yo, que esto es una prueba irrefutable de que esa carne era del día, sino estaría bien chunga.

   

   

Había quedado con los italianos para que nos llevaran de paseo a Azougui, a pocos kilómetros de Atar. Guido estaba construyéndose una casa en un camping que había comprado. A su mujer le había encantado el sitio y había mandado unos meses a Guido con su amigo Roberto a construir una casa. ¡Cómo son estas italianas!

Guido (54 años) vivía en Trieste, y si mal no recuerdo era profesor en la Universidad. Roberto (72 años) vivía en un barco en el puerto de Génova, jubilado y vividor. Había trabajado instalando plantas eléctricas por medio mundo, sobre todo en los países del Golfo de Guinea. Cuando el vivió en esos lugares -nos contaba Roberto-  todavía se respiraba ese glamuroso ambiente colonial. En la actualidad, muchos de esos países no son seguros ni para visitarlos debido a la inestabilidad en la zona.

Nos llevaron a su camping en un bonito Land Rover Defender recién salido del concesionario equipado con todos los apliques necesarios para avanzar en el desierto. No me cuesta mucho entender porque la mujer de Guido se había enamorado de ese emplazamiento, al fondo de un amplio valle, rodeado de palmeras, y con unas vistas que quitan la respiración.  Nos enseñó con gran interés su propiedad: las palmeras, los sistemas de riego, las pinturas rupestres que había en unas rocas cercanas, y la casa que se estaba construyendo. Les echamos una mano a medir las columnas de hormigón que le habían construido, y como es habitual en cualquier obra, no estaban al gusto del que ponía la pasta.

   

   

Volvimos a última hora de la tarde a Atar, a la hora en que el Sahara cambia sus tonos marrones monótonos por el amplio abanico de colores del atardecer. Acompañamos a los italianos a la finca de un adinerado local que quería comprarle un coche. Nos llevaron a un salón donde relajarnos en los sofás, mientras degustábamos el enésimo té mauritano. El interesado en comprar hizo una profesional puesta en escena, agasajándonos con bebidas y pastas, ofendiéndose por el alto valor del coche e intercalando enfados y carcajadas a pierna suelta. Guido no tenía ninguna intención de vender el coche pero aceptó acudir a negociar por la perseverancia del mauritano que le llevaba varios días persiguiendo. Finalmente no hubo acuerdo.

De vuelta al Bab-Sahara, Paco estaba prácticamente recuperado, así que nos fuimos a cenar con los italianos a una terraza del pueblo en la que habían estado varias veces. Al dueño no le importó que acompañásemos la cena con unas cuantas botellas de “vino rosso” de los 100 litros que los italianos habían traído de su tierra.

La cena fue suculenta, pero lo mejor fue la sobremesa. Ellos hablaban en italiano y nosotros en español, pero otra vez mas los idiomas no fueron una barrera para que conversáramos y riéramos durante varias horas. Nos habíamos convertido en algo así como sus pupilos y no pararon de contarnos sus vivencias. Como buenos italianos, también disfrutaron relatándonos sus experiencias con “le donne”. Por lo animada de la conversación, cualquiera hubiera dicho que era una reunión de viejos amigos. Era difícil imaginar que Roberto, Guido, Paco y yo solo nos conocíamos desde hacia muy pocas horas.

Fue muy interesante la explicación que nos dieron sobre la situación de Italia, que en aquel momento era bastante convulsa tras la dimisión del primer ministro italiano Romano Prodi. Acabamos con una clase magistral impartida por ambos titulada “¿por qué Italia es el único país comunista del mundo?” .No voy a estropear la crónica de nuestro viaje metiendo política de por medio, solo decir que nos convencieron. A las dos o las tres de la mañana nos fuimos a la cama tras una interesante noche de aprendizaje sobre la vida con nuestros viejos amigos.

 *  23 de Marzo 2008: ATAR - CHINGUETTI - ATAR – NOUAKCHOTT: Puerta del desierto

 

La noche anterior, antes de irnos a dormir, habíamos acordado con Justus, el dueño del Bab-Sahara, un 4X4 con conductor* que a las 6:30 a.m. nos llevaría al de Katowice y a mi a Chinguetti (estimamos conveniente que Paquito se quedara ese día reposando). Es el primer momento en el viaje que tuvimos que convertirnos en “turistas” y no nos quedó más remedio que contratar a un conductor para nosotros.

* 4X4 con conductor: Atar – Chinguetti. Precio: Todo terreno en el Bab-Sahara ( 50 €/día + gasolina 25 €)

  

Nos pusimos en marcha con un flamante Patrol de hace 20 años, que aunque sin luna de atrás, se notaba que estaba en su hábitat natural. Desde el principio, nos dimos cuenta de que las siguientes dos horas iban a convertirse en algo inolvidable. La cosa comenzó con rebaños de camellos y pueblecitos en sitios impensables.

Poco a poco el paisaje se iba haciendo más montañoso, mientras el camino iba complicándose. Cuando el sol ya estaba alto nos encontrábamos en el fondo de de un afilado valle, Cañon de Amogjar, similar al Cañon del Colorado en cuanto a belleza, aunque no tan imponente en cuanto a tamaño.

Cual fue nuestra sorpresa cuando el conductor nos indicó hacia donde nos dirigíamos, nada menos que a lo alto de una de las paredes. Como el lector puede imaginar, el ascenso fue más que tedioso, poniendo a prueba una y otra vez la destreza del conductor y la bravura de los europeos…hasta que finalmente estábamos arriba!!! Permítanme que aúlle: AAAAAAAUUUUUUUU!!! Se confirma, no le tiene nada que envidiar al Cañón del Colorado, con la diferencia de que este, momentáneamente,  era solo nuestro. Hicimos una parada para tomarnos un té que el conductor preparó cuidadosamente con una especie de kit de pic-nic que llevaba en el coche para tal efecto.

Allí arriba, bajo un sombrajo, había un viejo, solo, en medio de la nada. Se encargaba de cobrar si alguien quería visitar unas antiquísimas pinturas rupestres. Databan de unos cuantos miles de años atrás, pero nos pareció poco romántico que nos cobraran por verlas, así que tendrá que ser la próxima vez. Aprovechamos para hacernos unas cuantas fotos “pal Messenger” en el borde del precipicio con el sobrecogedor cañón de fondo.

  

Tras otra hora por una pista a toda velocidad, que cruzaba el desierto sin una sola curva, estábamos arribando en Chinguetti. Yo no es que sea un experto en urbanismo y emplazamiento de núcleos urbanos, pero es que saltaba a la vista que el sitio donde habían instalado esa ciudad, no era precisamente el más adecuado para una “vida fácil”. Sin duda, para el visitante es un lugar fascinante.

Desde tiempos inmemoriales, Chinguetti ha sido una  de las puertas del Sáhara. Caravanas de cientos de camellos se avituallaban y descansaban por última vez antes de disponerse a cruzar el corazón del desierto. Sus habitantes viven en perfecta comunión con la arena, que lo llena todo, cubriendo varios metros los muros exteriores de las casas. Y como son las cosas, que justo ahora, cuando mas medios para facilitar la vida tenemos, el desierto estaba empezando a ganar a esa gente que estoicamente seguía viviendo allí. Hay lugar para el optimismo, ya que en los últimos años, el turismo estaba aportando nuevas formulas para mirar al futuro.

  

Debían ser ya sobre las doce de la mañana y –como dice el Randy- hacia más calor que follando en agosto o –como dice el Sule- más calor que follando debajo de un plástico. Pero como todavía escocían los 50 pavos que habíamos pagado por el paseo, no dudamos en recorrer todo de arriba a abajo incansablemente, siendo agraciados espectadores de la vida de una ciudad perdida en el Sáhara.

  

Los edificios estaban construidos de piedra que contrastaban con las verdes palmeras que sobresalían de algunos patios. Lo más destacable es la mezquita y la biblioteca, así como el cementerio.

  

Chinguetti se hallaba rodeada por dunas y algún que otro palmeral. Pensamos que sobre la más alta de las dunas, la vista tenía que ser de lágrima. El conductor, todo majete, nos complacía llevándonos  a donde le dijéramos y para allá que fuimos. El mauritano pilló velocidad, redujo a primera, y con las bielas pegando en el capó, nos lanzamos a la duna, ¡hasta donde llegásemos! En lo alto de la duna: desierto infinito, Chinguetti, palmerales….

Salimos de vuelta hacia Atar, donde nos esperaba Paco, ya recuperado. Había un taxista esperándonos que iba a Nouakchott a hacer unos recados para Julius, así que aprovechamos el viaje. Sobre las tres y media, el conductor estaba preparado, con el depósito lleno y ataviado con el turbante de conducir en la cabeza. Sin perder un minuto estábamos subidos en otro coche* en el que pasaríamos las 6 horas de carretera que separan Atar y Nouakchott.

* Taxi a Nouakchott: Atar (15:30) - Nouakchott (22:00). Precio: 3000 Ouguiyas/persona (7,70 €)

Nos resultó muy curioso cuando llegada la hora del atardecer, todos los coches se paraban en la cuneta para rezar. Nuestro conductor hizo lo propio bajo nuestra atenta mirada.

A las diez de la noche estábamos en Nouakchott más tiernecitos que unos corderitos, y nos fuimos a uno de los albergues* de la guía en el que había mas guiris europeos, cada uno con su aventura particular entre manos. Como no, optamos por una jaima compartida en el jardín, que era lo más barato que había.

* Aubergue Metara. 1500 Ouguiyas (3,90 €)

Una vez duchados, nos dimos un paseo por la ciudad, y como acertadamente decían las guías no había demasiado que ver, excepto bastante actividad, y calles bien oscuras. Hicimos un intento de fundir la ciudad, pero después de una copiosa cena en un restaurante de comida rápida local y un paseo, al equipo prácticamente no le quedaron fuerzas ni para volver al lecho...

 

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