La mañana del segundo día en Estambul estaba
dedicada casi en exclusiva al
Gran Bazar
(Kapalıçarşı). Llegamos dando un paseíto matutino por las calles más
céntricas, esquivando puestos y ciudadanos rezando. En el Gran Bazar
compramos regalos para familiares y amigos, siempre acompañados por los
insistentes vendedores locales. En cuanto al lugar, tiene mucho encanto,
con callejuelas, olores agradables a especias, laberintos, pero le hace perder el continuo asedio de
los comerciantes. Cargados de bolsas fuimos hacia la
Mezquita de Suleyman. De nuevo, sorprendió la majestuosidad de la
construcción. Un templo muy bien cuidado que colmó las expectativas
diamantinas. Después de descansar un rato en las alfombras de la
mezquita, disfrutando del fresco del interior, nos encaminamos al
mercado de las especias. Distintos olores y colores envolvían el lugar,
lleno de puestos con montañitas de las distintas especias que ofrecen.
Esta fue nuestra penúltima parada en Estambul. La última
estaba dedicada
a la relajación. Fuimos a un
baño turco o
hammam. A uno de los más
nombrados. El Cemberlitas.
Pagamos nuestra entrada y nos colocamos nuestro pareo estilo mantel de
la abuela para ir a los baños. Una vez allí, recibimos una soberana
paliza por parte de los “masajistas” que no dudaron en emplearse a fondo
con nuestros cuerpecillos. Aunque parezca sórdido el escenario, no paso
nada a parte de lo puramente profesional entre masajeador y apaleado. Te
colocaban encima de una enorme piedra caliente y allí, a retorcerte de
todas las maneras posibles. Eso sí que nadie se crea que pusimos una
denuncia a las autoridades, no. Lo cierto es que te dejan como nuevo.
Ah!, y bien limpito.
Con esto dimos por terminada nuestra
estancia en Turquía. Por la noche marchamos a la
estación de tren de
Sirkeci para embarcar rumbo a Sofía (Bulgaria). Una cenita en el
andén esperando al tren y en marcha.
Un nuevo día, un nuevo país y nuevo sello en
el pasaporte. Plaka plaka plaka!!! Bulgaria nos recibió con su capital,
Sofía. Nada mas
bajarnos del tren conseguimos alojamiento. De nuevo, los caza-turistas
hicieron de las suyas y tras mucho negociar conseguimos un buen precio.
Nuestra morada consistía en una habitación de una casa compartida por un
dentista (con su sillón e instrumental incluidos) y unos borrachos. Todo
un 5 estrellas, vamos. Pero suficiente para nosotros. Con el saco, la
esterilla y un techo teníamos de sobra. Además, aquí había hasta
parquet! Dejamos nuestras cosas en la habitación y salimos a dar una
vuelta por la ciudad.
Comenzamos con una hamburguesa del McDonalds
para coger fuerzas para la caminata. Pasamos por el
Parlamento de Bulgaria, donde
Ra se
encontró una bolsita con hierbas mágicas, clink! Seguimos de paseo por
el centro de la capital búlgara, hasta la catedral de
Alexander Nevsky, auténtico símbolo de la ciudad. Continuamos por el
Hotel Radisson y nos
dirigimos a una céntrica plaza donde dimos buena cuenta de unas
cervecitas bien frías.
Volvimos hacia casa cuando caía la noche
sobre Sofía para prepararnos para salir. Unos bocatas rápidos, unas
duchas igual de rápidas y ya estábamos los 11 preparados para sacar las
botellas de alcohol que previamente habíamos dejado en el congelador
para que enfriaran. Nos tomamos unas copitas en casa y preparamos unas
raciones para llevar. A conquistar la noche búlgara. Bien guapos y
aseados, comenzamos la búsqueda del garito que nos sirviera de campo de
batalla. De camino hicimos varias paradas, ya que el grupo sintió la
imperiosa necesidad de encaramarse a algunas estatuas que adornaban la
ciudad. Cositas que pasan. Por fin encontramos el garito a medida. El
Club Escape. No era Maracaná, ni el
Madison Square Garden, ni mucho menos Las Ventas, pero esta cuadrilla de
toreros de feria de pueblo iba a darlo todo por salir por la puerta
grande. Y no precisamente acompañados por los porteros… Bailamos, nos
tomamos unas copas, disfrutamos de la velada… pero una vez más, tras
varios avisos, volvimos a casa con un bajonazo, dos pinchazos y una
estocada desprendida.
La mañana de domingo se presentó ante los
aluchinos con un sueño de narices, unos infartos cerebrales de órdago y
la necesidad de ponernos en marcha hacia la localidad de
Veliko Tarnovo.
Fuimos a la estación de tren de Sofía cargados con nuestros macutos a
coger un
tren hacia el norte que nos llevaría hasta
Gorna Horjahovica. Una vez allí, dejamos el equipaje en las
taquillas de la estación (
0.60
LEV cada uno, unos 30
centimos de €) y cogimos un
bus que nos
llevó a Veliko
Tarnovo por la razonable cantidad de
1 LEV,
50 centimos de €. La ruta en bus merece la
pena, te permite apreciar la ciudad encajonada por el
río Yantra. Anduvimos por la ciudad durante unas horas pasando un
poco de hambre hasta que por fin nos dio por parar a comernos unas
pizzas. Con el gaznate lleno, nos pusimos en marcha hacia la colina
amurallada de Tsarevets
y la iglesia del patriarca que domina la ciudad. Lo cierto es que la
fortificación
está medio destruida y a medio construir, pero merece la
pena por la iglesia que culmina la colina y el emplazamiento, totalmente
cercada por el río. Entre piedra y piedra, reconstrucción y
reconstrucción, encontramos una gran campana, que desgraciadamente se
encontraba a una altura accesible para el grupo de diamantinos. Ni que
decir tiene que la tocamos… y tampoco hay que decir que se oía en toda
la ciudad. Lo curioso fue que nadie nos dijera nada al salir de la
fortaleza. De nuevo en la ciudad, teníamos unos minutos para relajarnos
en una de sus plazas dándole unos toques a un balón o mirando Internet
en alguno de los locales del lugar.
Volvimos a Gorna Horjahovica cuando ya era
de noche para coger el
tren que nos trasladara a Bucarest. Pero ese tren
no iba a ser uno cualquiera, no. Fue el tren en el que Torri se dislocó
con la puerta de un compartimento hasta liarla parda.
De nuevo el sol lucía en el cielo, pero ya
no era el búlgaro, sino el rumano. Amanecíamos en
Bucarest. Venga más!
Otro país para los jóvenes viajeros! Nada más llegar, las maletas a la
taquilla y en marcha a ver qué nos ofrecía la ciudad. Cogimos un
trolebús para acercarnos al edificio del
parlamento. Uno de los
edificios gubernamentales más grandes del mundo. El segundo después del
Pentágono. Algo así grande para empezar no venía mal. Pero eso no fue lo
que más nos impresionó de la capital rumana… Lo más grande fue
encontrarnos que anunciaban un concierto de
Las Ketchup!!!
Sí. Las del Aserejé.
Qué bonito!!! Después del detalle bizarro y continuando con el paseo,
vimos varias iglesias de la ciudad, el teatro tal, el edificio cual…
todo en orden hasta que a Kalipo se le encendió la bombilla… comprar una
revista erótica. La denomino erótica y no porno porque aquella
publicación contaba con un estilismo y un contenido propio de los años
70. Pero bueno, tuvo repercusión como para salir en la crónica. Durante
nuestro periplo por
Bucarest
pudimos observar vestigios de la época comunista, como ciertos barrios
obreros o los míticos coches
Trabant de la
Alemania del este y los Dacia. Por cierto, nada de jaurías de perros
devora hombres por las calles… a las autoridades les encanta meter
miedo. Para el final nos dejamos el
parque Cismigiu donde, después de darnos una vueltecita, nos
sentamos en una terraza a degustar una cerveza. Cuál sería nuestra
sorpresa, cuando el camarero cambia la música y nos pincha a Julio
Iglesias. Somos españoles y se nos nota, pero no hace falta que nos
torturen con la cultura patria a 3000 km de casa! Con otra cerveza en
las manos, nos introdujimos en una conversación trascendental en la que
los arcangelitos nos hicieron ver que eran seres inmaculados… qué bien
educaditos que están… Al pedir la cuenta, vimos que el tío no sólo nos
quería sorprender con la música, sino también con los números. Vaya
malabarista de las cuentas que estaba hecho! Qué fenómeno! Con los
precios puestos en la pizarra nos intentó cobrar el doble. Por supuesto,
la cofradía del puño cerrado le deleitó con sus mejores costumbres y con
una serie de perlitas que seguro retumbaron en sus oídos.
Pues con un par de cervezas y con la boca
caliente por el incidente con el camarero, pusimos rumbo a la estación
de tren de Bucarest. Algún iluminado tuvo la idea de comprar unas latas
de cerveza mientras esperábamos el trolebús, lo que hizo que llegáramos
como cohetes a la estación. Una vez allí y con diez minutos para que se
fuera nuestro próximo
tren, el grupo se repartió las tareas que
restaban. Unos al McDonalds de la estación a por algo de comer. Otros a
por las mochilas. Y otros… otros a por más cervezas. Conseguimos
completar todas las misiones en tiempo record en un alarde de eficacia
aluchina y nos subimos al tren camino de
Sinaia. Total, que el
grupo más contento y atigrado que nunca acabó con las hamburguesas en un
visto y no visto. En dos minutos ya estábamos de nuevo con las “rubias”.
Situación: Un grupo de 11 irreductibles aluchinos, sin camisetas,
engorilados, totalmente fuera de si, bebiendo y cantando en los últimos
compartimentos del vagón de cola del tren. Impresionante el viaje. Más
impresionante si cabe fue la prueba que se llevó a cabo en ese tren.
Protagonista:
Chema.
Materiales utilizados: to be continued...
Como auténticos hooligans llegamos a
Sinaia.
Bajamos del tren como el equipo que llega a Barajas después de ganar la
Champions. Grandísimo! Pero había que seguir adelante, así que buscamos
las taquillas de la estación para dejar las mochilas y visitar la
ciudad. Llegamos a la consigna y nos recibió una rubita que, cómo no, se
llevó unos vítores de estos bravos vitorinos aluchinos. Entre el
jolgorio, Chema se tumbó un ratito en el andén de la estación y allí se
quedó el angelito unos segundos dormido. El pedo tenía sus primeras
consecuencias. No serían las últimas. Ni las más graves. Le despertamos
y nos pusimos en marcha a visitar la ciudad.
Pronto comenzó a picar la carretera hacia
arriba, camino de los barrios residenciales y templos que salpican esta
parte de los Cárpatos. Nuestro buen amigo Chema demarró y enseguida
cogió unos metros de ventaja. El resto del grupo de favoritos se
mantenía compacto. Pero a medida que avanzaba la ascensión la ventaja se
fue incrementando hasta llegar a perder la referencia visual. Era sin
duda la escapada buena. El grupo llegó al primer sprint intermedio de la
etapa. Un monasterio. Nadie sabía nada del paso del fugado por este
punto. La organización pensó que no tenía demasiada importancia y que el
jefe de filas del Grupo Deportivo ONCE (por el ciego que llevaba) seguía
a buen ritmo camino de la cumbre. Se dio una vuelta al lugar, se
hicieron unas fotos y de nuevo para arriba. Lo cierto, es que la zona
tenía bastante encanto. Por hacerse una idea, si todo esto estuviera en
Suiza sería muy, pero que muy caro. Casas estilo alpino rodeadas de
bosques… Una tranquilidad absoluta… Una zona privilegiada para vivir.
Seguimos con la etapa, pero nos dimos cuenta
que alguien pululaba alrededor nuestro. Y no se trataba de una de las
motos de la organización. Se trataba del repelente niño Vicente! Un
chaval montado en bici que empezó a hablar con nosotros en un perfecto
castellano. Además, conocía todos los datos del lugar! Así que nada, lo
secuestramos y con nosotros a seguir el camino informándonos de todo lo
que sabía. Guía gratis! A todo esto, ni rastro del escapado. Al final,
llegamos al palacio-castillo que del
rey Carol I de
Rumania, el conocido
Castillo de Peles,
uno de los más bellos de Rumania por el paraje en el que se enmarca. En
la entrada de la finca, estaban sentaditos, custodiándola un par de
maromos, que por supuesto, no nos dejaron pasar. Pero nosotros
contábamos con Vicentín. En un ataque de determinación aluchina, el
zagal ,de unos doce años, se puso a hablar con los puertas hasta que
accedieron a dejarnos pasar. Grande repelente niño Vicente! Era
repelente porque no paraba de dar datos sorprendentes y de hablar con
absoluta exquisitez, pero el chaval se lo curraba…
Pues eso, nos dimos una vuelta por el
palacio, a su vez residencia del dictador
Ceaucescu, con guía
y todo (en este caso no era el chaval) y la verdad es que es un sitio
muy recomendable para visitar. Incluso los soldados apostados en el
bosque que rodea al castillo, parecían estar para dar más realismo a la
situación. Después de dar al guía algo de dinero por la explicación,
comenzamos el descenso a la ciudad de Sinaia. Los favoritos en un grupo
compacto, más el invitado, Vicentín. Del escapado, sin noticias. En el
descenso, ya sin la angustia de la subida, Vicente se confesó ser el
hijo del dueño de una de las pistas de ski de la zona. Parece ser que
pasta no le faltaba. Su nivel cultural y su forma de vestir le
delataban.
Por fin llegamos a la meta en el pueblo tras
más de cuatro horas de etapa. Como no teníamos noticias del fugado,
pensamos que se había saltado el control antidoping, pero no. Ante todo,
profesionalidad. Estaba pasando el control en el hospital local. Hubo
que llamarle, ya que no sabíamos nada de él, y nos contó lo siguiente.
Resulta que cuando iba fugado, se encontró con una bifurcación y su
mente empapada en cerveza decidió coger el camino erróneo. Ufff, huele
mal. Como no lo tenía claro. Después de andar unos metros, decidió
sentarse en la cuneta a esperar que llegáramos. Momento de lucidez.
Bien. Pero claro, no tardó ni dos segundos en quedarse dormido. Llegó la
cagada! Así que, allí se quedó tirado en la cuneta sobando, totalmente
inconsciente. Nosotros como estaba en otro camino, ni le vimos. Debía
estar tan trompa que algún alma caritativa llamó a una ambulancia.
Recordamos que estamos en Rumania. A todos nos cuentan que es peligroso,
que si comercian con órganos, que si tal, que si cual… Bueno, pero como
Chemita tiene una flor en el culo, pues nada, le llevaron una
ambulancia. Total, que el muchacho se despertó en la ambulancia. Aún
estaba volviendo a la tierra cuando llegaron al hospital y le llevaron a
una habitación. Allí ya se empezó a enterar un poco de qué iba la
historia y empezó a bromear con las enfermeras y el médico que le
querían tratar. Que te vamos a poner esta inyección y ya verás que bien…
No, no que yo quiero cerveza! Pivo, birra! Je j eje risas mil. En esto
llamamos nosotros, y decía que se iba para el centro, pero no. En el
hospital le decían que de allí no le dejaban salir solo, que viniera
alguien. Con un servicio de ambulancia por borracho basta. Qué os ha
parecido, interesante, no?
Saúl fue a buscarle al hospital y el resto
entramos en una pizzería a cenar algo. Ya era hora. Como sabemos ser
agradecidos, quisimos invitar a nuestro amigo Vicente, pero no hubo
manera. El chaval que no, que no hacía falta, que gracias, que somos muy
amables… Nosotros. Pero cómo! Pero si llevas toda la tarde con nosotros
de un lado para otro contándonos cosas… No, no, muchas gracias. Pues
nada que después de insistir de todas las maneras posibles, el chico se
fue sin cenar y con un orgullo que no cabía en la pista de ski de su
viejo.
Con las pizzas, llegaron Saul y Chema con
unas fotos con las enfermeras bajo el brazo. Después de tener una cena
echando la bronca al fugado descalificado, que por supuesto, decía que
no era para tanto, nos volvimos a la estación para coger el tren que nos
llevaría a Brasov.
Después de varias horas de descanso y relax
en el
tren, llegamos a
Brasov. Ya era de noche y había que buscar un alojamiento para pasar
la noche. Bueno, más que para pasar la noche, para ducharnos, dejar las
mochilas y salir a partir la noche rumana. Nos costó un par de vueltas
encontrar el primer hostel. Fue en vano. Estaba hasta arriba, así que
seguimos buscando hasta que encontramos a un joven que nos ofreció el
piso de abajo de su casa a buen precio. Aceptamos y nos fuimos a conocer
su morada. El caso es que no cabíamos todos abajo, así que un par de
intrépidos tuvieron que subir a una de las habitaciones del piso de
arriba. Según sus ocupantes, daba un poquito de miedito, je je je.
Muebles viejos, poca iluminación…. Sin embargo, la habitación de abajo
era grande y espaciosa. Con un par de camas de matrimonio, un baño, una
tele… todo un lujo para los chavales. En seguida nos pusimos a
ducharnos. Unos en el baño de arriba y Chema
en el baño de abajo. Se batió el record de la ducha más larga de la
historia… Claro, que hubo polémicas. Y sí. Se acabó el agua caliente.
Pero quién dijo problemas? Una vez limpitos, quedaba llenar la andorga.
No problem. La señora nos ofreció su cocina para que nos preparáramos la
cena. Y eso fue lo que hicimos. Al final se nos hizo demasiado tarde y
no pudimos salir a ningún sito, además era lunes y supusimos que no
habría nada abierto. Así que dormimos para aprovechar el día siguiente.
El objetivo de este nuevo día consistía en
conocer los territorios del mítico
Vlad Tepes,
conocido por todo el mundo como
Drácula… uhhh
qué canguele… Nos levantamos pronto y nos dirigimos a la estación de
tren para buscar algún medio de transporte que nos llevara hasta el
castillo de
Drácula (Castillo de Bran). Vamos, el que dicen que fue su castillo,
aunque en realidad parece ser que era una especie de residencia de
verano, o algo así. Comenzamos a preguntar y a barajar posibilidades y
la que nos resultó mejor fue la de
los taxis. Sí, amigos.
fletamos tres
taxis para toda la mañana al increíble precio de
3 euros cada uno. El
acuerdo incluía los siguientes puntos: traslado al castillo de Bran,
esperarnos a que lo viéramos, vuelta parando en la
ciudadela de Rasnov y
vuelta a Brasov. Sin duda, un buen plan. Además de todo esto, pudimos
conocer la manera de conducir de los rumanos y recorrer los campos de
Transilvania.
Cada vez que había una cuesta abajo, los taxistas apagaban el coche
(unos
Dacias bastante viejos, como los Renault 12) y de vuelta al llano o
cuesta arriba, los encendían otra vez. Todo sobre la marcha… Lo cierto
es que fue bastante chocante. También nos cruzamos con varios carros
típicos rumanos tirados por burros o caballos. Después de una
media
hora, llegamos al castillo. Está en una pequeña localidad rodeada de
bosquecillos que le dan un aspecto especial. Quizá era lo que íbamos
esperando. Pagamos religiosamente la entrada y comenzamos la visita. Por
dentro es como un castillo-palacio como los de toda la vida. Con las
estancias y salones… con el patio… bien, pero nada de salas de torturas,
de historias siniestras, cadáveres en las paredes ni nada de eso. Nos
decepcionó un poco, pero qué esperábamos. Es una visita obligada y
punto. Que no te lo cuenten. Yo estuve en el castillo de Drácula… ahhh
qué machote! Pues eso, a la salida nos estaban esperando los taxistas
para llevarnos a la siguiente parada. Tuvieron que esperar un rato
porque nos entretuvimos comprando cositas en los puestos que surgen
alrededor de un punto tan turístico. Volviendo hacia Brasov, paramos en
la ciudadela de Rasnov, que sobre una colina junto a la población del
mismo nombre. Pasamos un rato visitándola y de nuevo para el taxi. La
excursión matutina tocaba a su fin. Los taxis nos devolvían al punto de
inicio. Mereció la pena madrugar para ver estos dos lugares.
Comimos en una terraza de la zona peatonal
de la ciudad (muy barato) y acto seguido despedimos a nuestro camarada
Sulen,
que volvía a España. Una vuelta en tren en solitario hasta Aluche. Buen
viaje! El resto de la expedición aluchina continuamos dando unas vueltas
por la ciudad, bastante bonita por cierto y sobre todo… invirtiendo!!!
Brasov se encuentra en plenos
Cárpatos y es la
ciudad de invierno por excelencia de Rumanía. Pues bien, encontramos una
tienda de montaña con unos precios bajísimos (mitad de precio) y un
material de altísima calidad. Los más avispados invirtieron con acierto.
Varias chupas de montaña Mammut de goretex XCR, pantalones, etc, cayeron al
carro de la compra. Aún se utilizan esos abrigos. Más de una vez se
pensó en hacer un viaje para comprar material de montaña expresamente.
Después del acierto consumista, nos sentamos un rato a pensar qué
haríamos en lo que nos restaba de viaje. Se supone que habíamos cumplido
todos los objetivos del viaje, y como nos quedaba algún día, teníamos
que consensuar una nueva parada para nuestro interrail. El destino final
era Ámsterdam, ya que otros amigos llegaban allí en unos días, pero
desde Rumanía a Holanda, habría que parar en algún sitio, ya que está
muy bien hacerse daño en trenes tóxico, y coger uno tras otro, pero
atravesarnos Europa entera sin parar a ver nada, nos parecía demasiado.
Se barajaron varias opciones, entre ellas parar en Budapest y darnos
unos baños relajantes en el
Gellert, pero la que surgió con más fuerza fue la opción festiva.
Resulta que en pocos días era mi cumpleaños (25 de Julio) así que
propuse parar en Munich para celebrar mi aniversario como se merecía, en
un Bier Garten. Por supuesto, que no hubo que discutir mucho. Cerramos
el plan de vuelta con una parada en Munich y otra en Luxemburgo antes de
llegar a Ámsterdam. Por aquí vemos otro factor incipiente de los
aluchinos, el sellismo. Sí, el vicio por sellar: Por conseguir nuevos
países. No se incluyó Luxemburgo por su belleza, no. Sino porque nunca
habíamos estado y había que sellarlo. Cada uno tiene sus vicios.
Nosotros ese… entre otros. Lo increíble de todo esto es que hablábamos
de parar aquí o allí como si no costase. Como si Europa fuera Madrid…
Una vez que clarificamos los últimos días de
viaje, nos volvimos a casa para, esta noche sí, salir por la ciudad. Por
supuesto, antes paramos a comprar algo de beber. Gracias a otro de
nuestros vicios descubrimos que el alcohol es muy caro en Rumanía,
especialmente el wishky. Una botella de Ballantines costaba al cambio
unos
30 euros. Un pastón para un rumano. El vodka sin embargo era más
barato (Absolut
10 €) Aún no lo entendemos.
Nos preparamos rápido y preguntamos dónde
podíamos ir a tomarnos unas copas y disfrutar de la noche. Cogimos unos
taxis y para allá. Resultó que nos llevaron a las afueras de la ciudad
en uno de los míticos líos que te hacen, diciendo que cerca estaba el
garito. Lo cierto es que por allí no había nada. Además nos estafaron
unos
500 Leis, cosa que casi nos lleva a las manos con los taxistas.
Menos mal que lo pensamos y vimos que a penas nos timaban unos céntimos
de euro. Pues nada para ellos. Así que allí nos vimos en una zona a las
afueras de Brasov sin un garito a la vista y sin nadie por la calle a
quien preguntar. Nos pusimos en marcha andando hacia el centro. Después
de más de media hora caminando por calles oscuras, íbamos a tirar la
toalla y volvernos hacia casa, ya que no se veía nada de vida por la
ciudad, ni mucho menos una discoteca o algo parecido. Pero entonces
encontramos a unos chavales que nos indicaron un sitio que estaba cerca.
Torcimos una calle a la izquierda y avanzamos en la dirección que nos
dijeron. De nuevo timados. No se veía ni un alma. No parecía que hubiera
nada por allí. Pasamos por una especie de mercado que estaba lleno de
puestos de melones y sandías. Eso no tenía pinta de zona de marcha… Pero
entonces empezamos a ver coches buenos aparcados en la calle. Coches de
gran cilindrada (BMWs, Mercedes…) y vimos el garito, la
Disco No Problem. Bastante grande, pero con ese nivel de coches a la
entrada, me parece que no nos dejarían entrar. O que nos costaría una
pasta. Decididos a entrar, viendo que era tarde y que traíamos las
gargantas secas, nos dispusimos a entrar… y cual sería nuestra sorpresa
que la entrada costaba
10000 Leis!!!! Menos de 2 euros!!! Disfrutamos de
la noche como enanos, pero no de la bebida, ya que de nuevo, los precios
eran desorbitados para estar en Rumania (copas igual de caras que en
España). Así que tiramos de cerveza. De lo de disfrutar con las
chavalas ni hablamos… una ruina. Salimos del garito poco antes de que el
sol estuviera saliendo y nos encontramos con los niños ninjas. Esperando
unos taxis cerca del garito, se nos acercaron unos chavales que
empezaron a medio pegarnos/jugar con nosotros. Vamos, el objetivo era
robarnos algo, pero no lo consiguieron. Por dejar la honra de los
aluchinos un poco mejor, debo decir que al lado había unos rumanos con
muy malas pintas que eran colegas de los chavales. Y por no tener jaleos
les dejamos que hicieran un poco el indio con nosotros. Vinieron los
taxis y a casa a dormir.
Hacia el medio día fuimos a la estación de
Brasov para tomar el
tren que nos llevaría a Munich haciendo escalas en
Budapest y
Viena. Resultó ser el
tren del dolor. Durante la noche no pararon de sucederse los controles
de pasaportes. Cruzábamos dos fronteras, a dos controles por cada una,
hacen un total de 4 cambiando de asiento cada dos por tres, o en su
caso, lo multiplicas por la opción de tirarte con la esterilla en el
pasillo… te sale un viaje de dolorosísimo. Sueños rotos, espaldas
partidas, pisotones, patadas, insultos en lenguas impronunciables… Vamos
que llegamos a Munich
como corderitos con ganas de pillar una buena jarra de cerveza.