MARTES 4 DICIEMBRE:
Simferopol – Yalta - Lastochkino Gnezdo – Yalta - Kiev
Hacia las ocho de la
mañana el tren llegó a la estación de Simferopol, nuestra base para
visitar de forma fugaz la península de Crimea.
Simferopol
(360.000 h.) es una ciudad de escaso interés cultural, aunque se trata
de un paso casi obligado si se quiere visitar otros lugares emblemáticos
de Crimea como Sevastopol o Yalta, ya que aquí se encuentra el
aeropuerto internacional (www.airport.crimea.ua), la estación de trenes,
y la estación de autobuses más importante de la península. Precisamente
desde esta última parte la línea de trolebuses más larga del mundo, es
decir, la que enlaza Simferopol con Yalta mediante 86 km. de cableado,
la cual fue construida en la década de los 50.
Después de comprar los
billetes de tren para Kiev que deberíamos coger esa misma tarde, y de
hacernos con algunos víveres para desayunar, nos dirigimos a la estación
de buses y nos montamos en el primer minibús que iba a Yalta. Como nos
vieron cara de turistas pardos nos cobraron un “special price”, 30
hrivnias per barba, es decir, cerca de 4 € cada uno, algo más del doble
de su precio real. Aunque extrañados, pagamos y esperamos pacientemente
a que el vehiculo se llenase para poder partir.
En algo más de hora y
media llegamos a Yalta, ciudad costera que debe su fama a la Conferencia
homónima celebrada en este lugar durante el transcurso de la Segunda
Guerra Mundial. Un encuentro en el que los líderes aliados Churchill
(Reino Unido), Roosevelt (EE.UU.) y Stalin (URSS) decidieron cuestiones
de vital importancia para el mundo entero, como la desmilitarización de
la Alemania nazi.
Pero hablare más
adelante de Yalta, ya que antes, nuestro fetichismo, del que deriva
nuestro amor por los sellos, nos llevó hasta Lastochkyno Gnezdo (www.lastochka.com.ua),
más conocido como “Swallow´s Nest” (o “Nido de la Golondrina”). La
portada de la Lonely Planet tuvo mucha culpa de que acabásemos cogiendo
otro autobús desde Yalta hasta este lugar (3 tickets por 20 hrivnias
i/v, unos 2´5 €).
El Swallow´s Nest es
un castillo que se eleva solemnemente sobre el acantilado de Parus,
proporcionando una visión del edificio con el Mar Negro detrás muy
fotogénica.
A pesar de su fama, su
valor cultural es bastante pobre. Construido en 1912 por el Barón alemán
Steigel como regalo para su señora, fue destruido por un terremoto en
1927, siendo reconstruido en la década de los 70. En la actualidad
alberga uno de los restaurantes más prestigiosos de Crimea.
Desde donde nos paró
el autobús surgen unas escaleras que descienden hasta un mirador en el
que se puede tomar las mejores fotos del castillo. Allí el trío de la
tuborina hizo un reportaje impecable, incluidos algunos posados al
estilo Power Ranger, ¡un gran trabajo chavales! Continuamos la visita en
los puestos de souvenirs de la propia parada de autobuses, en los que
venden todo tipo de chuminadas relacionadas con Crimea y el Mar Negro,
no pudimos dejar pasar el tren y Sulen y un servidor compramos algunos
imanes de nevera para engrosar nuestra ya clásica colección. Después
regresamos a Yalta.
Yalta es una ciudad de
apenas 80.000 habitantes, pero mucho más interesante que Simferopol.
Lamentablemente el “trío de la cafrada continua” disponía de muy poco
tiempo para visitarla, ya que a eso de las tres y media de la tarde
teníamos un tren de Simferopol a Kiev. Por este motivo se hizo un ataque
selectivo de los highlights.
Desde la estación de
autobuses empezamos a andar hacia el boulevard más importante y largo de
la ciudad: el Moskovska. Esta gran avenida discurre paralela al modesto
río Bystra y va a dar a la bahía de Yalta. Durante nuestro recorrido
pudimos comprobar de primera mano que Yalta es una ciudad, una vez más,
bizarra. Pero esta vez su rareza se agrava si cabe por su emplazamiento
junto al mar que no termina de conjuntar bien con las reminiscencias
comunistas que todavía conserva, como la gran estatua de Lenin que
preside la Plaza Lenina, el lugar en el que se reúnen las gentes a
pasear junto al mar, y donde sorprendentemente han abierto un
McDonald´s.
Como venía siendo
habitual, la visita la efectuamos con una cervecita de la mano,
costumbre muy sana que nos empezaba a provocar los primeros “oquismos”,
es decir, alteración del estado natural del hígado que se suele producir
cuando éste tiende a hígado de oca, los síntomas suelen ser fuertes
pinchazos en la zona, que son indicativo de que se ha consumido la dosis
de alcohol suficiente para que puedan sacar paté del órgano mutado y así
comercializarlo.
Como diría el escritor
español del siglo de oro Baltasar Gracián: “lo bueno si breve, dos veces
bueno”; y es así como resumiría nuestra visita a Yalta: breve, pero
positiva. Si me tuviera que quedar con algo sería con su mercado (muy
auténtico), con su emplazamiento (atrapado entre el Mar Negro y las
vastas montañas de Crimea), y con su importancia histórica (sede de la
Conferencia
de Yalta). No os arrepentiréis si alguna vez os dejáis caer por
aquí.
Con el run-run de la
última cerveza que nos tomamos en la misma estación de autobuses
regresamos a Simferopol. Gracias a Dios esta vez no nos hicieron el
enésimo timo, y sólo pagamos 15 hrivnias (unos 2 € por persona) por el
trayecto en mini bus, eso sí la espera en la estación fue muy larga, e
íbamos demasiado apurados como para coger el tren a Kiev para el que esa
misma mañana habíamos comprado los billetes (85 hrivnias cada ticket,
unos 11 €).
A pesar de la carrera
que nos dimos para coger nuestras mochilas de la taquilla y llegar el
tren, como era de esperar, lo perdimos, no por más de cinco minutos,
pero los horarios suelen ser bastante rigurosos en Ucrania. Serían las
15:20 de la tarde y volvimos a las ventillas a comprar nuevos billetes
para el tren nocturno de las 16:24, como mal menor nos devolvieron la
mitad de los tickets que habíamos perdido y el precio final fue de unas
100 hrivnias por billete, ya que era un expreso más caro.
Mientras Chucho y yo
arreglábamos todo el tema burocrático, Chemone se fue a por los tercer
Mcmenús del viaje: el tapón se endurecía. Nos acomodamos en nuestros
compartimentos y nos pusimos a cenar, parecía que iba a ser una noche
tranquila por el desgaste acumulado, pero que error más grande,
Adrenalito se había activado y quería su adrenodosis.
El comúnmente conocido
como bichopalo, botella de whisky en mano, comenzó a pulular por los
pasillos del tren buscando un grupo que fuera de su agrado, pero la cosa
estaba difícil, ya que al igual que en el tren de Odessa, el ambiente
brillaba por su ausencia. Aún así, este chaval, que sabe sacar petróleo
de donde no lo hay, fue a parar al compartimiento de unos/as
jovenzuelos/as ucranios que iban de viaje de trabajo a Kiev tan sólo por
un día. Sorprendentemente este grupo estaba muy receptivo y aceptaron de
buen grado la invitación de Chema a tomarse unos chupitos de whisky, y
allí estuvimos entretenidos practicando nuestro inglés de Muzzy durante
unas horas hasta que el señor del mazo nos vino a visitar y pusimos
punto y final a la agradable velada.
Serían las once o las
doce de la noche, y teníamos unas cuantas horas por delante para
descansar y reponer fuerzas, ya que nuestro tren llegaba a las 7:45 a
Kiev, y el día que nos esperaba no era moco de pavo: Pichi y Fichi (es
decir la homopareja compuesta por Sul y Bernón) haría su aparición en
Ucrania, y nos suponíamos que vendrían con el cargador lleno. No les
podíamos fallar.
MIERCÓLES
5 DICIEMBRE: Kiev
Con el frío mañanero
metido en el cuerpo llegamos a la estación de ferrocarril de
Kiev muy temprano. La
capital de Ucrania, es con sus 2.700.000 habitantes la ciudad más
poblada del país y la que tiene un mayor parecido con las grandes
ciudades europeas. Al pasear por sus céntricas calles nadie diría que se
encuentra en un país deprimido como Ucrania. Kyiv, nombre en ucraniano
por el que esta empezando a ser más conocida, tiene: monumentos
impresionantes, una plaza que para sí quisieran muchas grandes ciudades
de Europa, y una animada vida nocturna que no se puede dejar escapar.
A sabiendas de que
Kiev es una ciudad en la que cuesta un riñón alojarse, Chule de
Couchsurfing se había encargado desde España en contactar a través de
Internet con Tanya, una joven ucraniana que residía en la capital. Tanya
vivía en un suburbio llamado Tampere que no estaba demasiado alejado del
centro. Para llegar hasta su casa desde la estación tuvimos el
privilegio de coger el
Metro de Kiev,
un medio de transporte que funciona como un reloj, y cuyas paradas son
tan impresionantes como las que habíamos visto en otros viajes, en
metros como el de Moscú o Novosibirsk.
Llegar hasta el barrio
de Tampere fue uno de los mayores aciertos del viaje, la toxicidad era
suprema, los edificios estaban que se caían como en
Chisinau, y los
coches allí estacionados eran de chapa dolorosa, con los que se hacían
los 600, y que en España cada vez escasean más. La casa de Tanya no le
iba a la zaga, una auténtica cochiquera, en la que destacaba sobremanera
su cocina tradicional, de esas en las que hay una explosión de butano
cada poco tiempo. Pero bueno había que probarla.
Y digo esto porque
veníamos con el estomago hinchado por el hambre, así que fuimos en busca
de ingredientes para un desayuno mañanero fuerte. Tendré siempre en la
retina el menú de esa mañana: pollo asado, huevos fritos y naranjas;
delicias que devoramos en “Casa Tanya” al más puro estilo cromagnon.
Creo recordar que las sobras del pollo se quedaron debajo de la cama, lo
mismo esta por ahí aun dando vueltas en su cuarto.
Después de coger
fuerzas con el improvisado desayuno ya estábamos preparados para hacer
un poco de turismo responsable. Andamos hasta una parada próxima para
tomar un autobús que nos llevara al principal highlight de la ciudad: el
Kyiv – Pecherska Lavra o
Caves Monastery, nombre inglés
por el que se le conoce, ya que hasta ahora no existe traducción al
español que se haya popularizado.
De camino, pudimos ver
a través de los cristales del autobús la Rodina Mat (o la “Madre de la
Nación”), una gran estatua de titanio de una mujer guerrera, que con sus
63 metros de altura se divisa desde muchos puntos de la ciudad y se ha
convertido en uno de los símbolos más representativos de Kiev.
Seguimos camino, y
cuando nos quisimos dar cuenta habíamos llegado al Caves Monastery
(utilizaré su denominación en inglés, ya que es la forma de nombrarlo
más extendida).
A pesar de su nombre,
el Caves Monastery no es un único monasterio, sino que se trata de un
gran complejo de 28 hectáreas de calles adoquinadas en las que hay un
gran número de museos, refectorios, cúpulas doradas, torres e incluso
iglesias subterráneas, que se erigen junto al río Dnipro o Dnieper (en
ruso), el más importante de Ucrania junto al Danubio y al Dniester.
Al monasterio o lavra
se accede desde el bulevar Sichnevoho Povstannya, y la entrada es de
pago (No recordamos el importe), teniendo un descuento especial si se
presenta el carnet joven, o un carné de eterno estudiante en su defecto.
Pero antes de
adentrarnos en este sacro templo y los degrades que allí se perpetraron
por parte del trío de la Tuborg os diré que la primera piedra del Caves
Monastery la puso el griego San Antoniy (no confundir con San Antoñito),
que en 1051 fundó este lavra, después de que la religión ortodoxa se
impusiera como oficial en Kiev. Hay que recordar que esta era una época
difícil para el cristianismo, que vivía sus peores años por los choques
existentes a la hora de interpretar el evangelio, lo que derivó en el
famoso Cisma entre Oriente y Occidente, que desencadeno la aparición de
dos grupos de cristianos: los católicos (Europa Occidental) y los
ortodoxos (Europa Oriental). Posteriormente, en el s.XVI, la reforma
luterana provocaría la aparición de una tercera rama del cristianismo,
el protestantismo.
El complejo se divide
en dos partes: el Lavra Alto y el Lavra Bajo. El Lavra Alto pertenece al
gobierno, y la entrada como he dicho antes es de pago; mientras que el
Lavra Bajo pertenece a la Iglesia y la entrada es libre.
La visita empieza por
el Lavra Alto, donde llaman especialmente la atención el Gran Campanario
de 95 metros de altura, el Museo de los tesoros históricos, y sobretodo
la Catedral Dormition, la cual, lamentablemente es una réplica de la
original de 1077, ya que fue bombardeada durante la Segunda Guerra
Mundial, aún así es el templo más popular de todo el complejo por sus
siete llamativas cúpulas doradas.
Después de visitar
algunos de estos templos y museos, el grupo, que estaba un poco
descolocado ante el primer arreón de verdaderos monumentos (y no de
carne y hueso), que le ofrecía el viaje, decidió continuar la visita
hacia el Lavra Bajo, donde se encuentran las iglesias subterráneas, el
punto fuerte de la excursión. Las cuevas, es el lugar de peregrinaje por
excelencia para los fieles ortodoxos ucranianos, en este lugar están
enterrados más de 120 cuerpos de religiosos, la mayoría de ellos
embalsamados y en perfecto estado de conservación. El lugar es un
auténtico laberinto de pasillos estrechos en el que de vez en cuando te
llevas un buen susto al toparte con uno de los clérigos ortodoxo de
largas barbas que pululan en la oscuridad. Todos van con velas.
Salimos del Caves
Monastery y después de andar un rato llegamos a una parada de autobús
que nos llevaría un poco más al norte para visitar el estadio del Dinamo
de Kiev, en nuestra espera tuvimos la primera “topanga” con Tanya, y es
que aunque parezca increíble en una ciudad de casi tres millones de
habitantes, tuvimos un par de encontronazos con nuestra anfitriona a lo
largo del día. En este concretamente nos pilló haciendo a Chema y a mí
un baile retromongo mientras Chucho nos tiraba una foto, que imagen
dimos….
Cogimos el bus y en
pocos minutos estábamos en el estadio del mejor equipo de fútbol de
Ucrania, y uno de los clubes europeos con más tradición. El antiguo
Dynamo Stadium ahora rebautizado como Lobanovsky Dynamo Stadium, en
honor al mejor entrenador que ha dado Ucrania fallecido en 2002. Valeri
Lobanovsky, se hizo muy popular no sólo por ser el entrenador que
descubrió a Shevchenko para el fútbol europeo, sino porque se rumoreaba
que se bebía hasta el agua de los tiestos. Cierto o no, lo que si que es
verdad es que Lobanovsky es un autentico dios para los ucranianos, algo
que queda patente en los carteles con su foto que hay por todos lados y
en la estatua que se le ha erigido en los aledaños del estadio. Como
curiosidad sobre el estadio, he de decir que debido a su escaso aforo de
16.888 espectadores, sólo acoge los partidos de liga ucraniana, ya que
los de competiciones europeas se juegan en el Estadio Olímpico.
Después de un largo
paseo por fin llegamos a Maidan Nezalezhnosti o Plaza de la
Independencia, el lugar más concurrido de la ciudad, y donde a finales
de 2004 tuvo lugar la famosa
Revolución
Naranja en la que la mayor parte de ciudadanos de Kiev salieron a la
calle para protestar contra unas elecciones que consideraban corruptas.
Al grito de ¡Yushenko, Yushenko! consiguieron derrocar al primer
ministro Víctor Yanukovich, un político que se había apoyado en el
fraude electoral para ganar las elecciones, e incluso en peores
argucias, como tratar de envenenar al opositor Yushenko, finalmente
vencedor los comicios y actual presidente de Ucrania.
La Plaza de la
Independencia tiene un tamaño importante, en ella caben todos los
ucranianos, incluido Shrek. Y digo esto, porque el primer personajillo
que nos encontramos fue un muñeco a tamaño real del entrañable ogro de
dibujos animados con el que te podías hacer una foto. Como quería
rememorar mis años mozos en Orlando haciéndome fotos con todos los
muñecos de Disney, me acerque a él para sacarme una. Poco a poco Chema y
Sulen se fueron animando y todos teníamos foto con el muñeco.
Pero la jugada nos
salió rana, ya que este Shrek era un hijo puta, le dimos algo de dinero
y resulta que no fue suficiente para él, el puto bicho verde se nos
encaró y como veía que no achantaba por su aspecto se quito el cabezón y
un chavalillo ucraniano hizo su aparición, gruño un rato, pero le
conseguimos dar esquinazo.
Como el hambre y la
sed llamaban a nuestras puertas, y hacía cerca de cero grados, decidimos
refugiarnos en la boca del metro que hay en la plaza a degustar unos
exquisitos paninis y unas cervezas locales que nos sentaron de lujo.
Mientras degustábamos el suculento manjar, estuvimos observando el
bullicio de la plaza, las numerosas fuentes que la jalonan, los puestos
de vendedores de souvenirs, la gran columna de la independencia y al
fondo, el impresionante Hotel Ucrania. Rematamos con una siestecilla en
el McDonald´s de la plaza.
Serían las cuatro de
la tarde y la noche empezaba a caer sobre Kiev, después de andar
(botellín en mano) por las empedradas calles de la capital ucraniana,
regresamos al bulevard Khreschatyk, la Gran Vía de la ciudad, desde
donde cogimos el metro hacia la estación de Kiev, teníamos dos misiones:
una, comprar el billete para Chisinau del día siguiente; y dos, recoger
a Pichi y Fichi, es decir, Sul y Bernón que venían a romper la paz de la
expedición.
Después de más de un
quebradero de cabeza por culpa de la taquillera obcecada y racista de la
estación de trenes, la cual no quería vendernos los billetes a Chisinau
por no se que motivo, finalmente obtuvimos nuestros pasajes. Mientras
Chule arreglaba estos asuntos, Chema y yo aguardábamos en el Macca la
llegada de la pareja homosexuada.
Aunque se hicieron
esperar un buen rato, a eso de las seis de la tarde hicieron su
aparición Pichi y Fichi (más tarde conocidos como Pichi “Pagafantas” y
Bernardo Sá), los cuales no pudieron viajar desde el principio por
motivos laborales, pero que no quisieron perder sellos y pagaron cerca
de 400 € por el vuelo Madrid – Kiev. Hicimos los pertinentes saludos y
les pusimos al día de todas las anécdotas ocurridas, después nos
volvimos a separar.
Sul y Bernón tiraron
para el casco histórico, ya que al día siguiente no habría tiempo para
ver Kiev por que gastaríamos el día entero en la ansiada visita a
Chernobil. Nosotros, por nuestra parte, queríamos adquirir una camiseta
de fútbol de Shevchenko, ya que le dije a Alicia que la intentaría
conseguir una, pero cuando llegamos al lugar que indicaba la Lonely
Planet, allí ni había tienda, ni había nada, un nuevo patinazo de una
guía especialmente mal hecha, como consuelo diré que a finales de 2008
aparece una edición nueva que esperemos mejore a la costrosa que hay
ahora.
Como la noche ya era
cerrada, las cervezas caían una tras otra, y antes de las ocho nos vimos
de nuevo en la Plaza de la Independencia con una embolia considerable,
allí estaban nuestros compañeros, que también habían dedicado su tiempo
a hacer una visita alcohólica por el centro de la ciudad. Cogimos el
metro y volvimos a “Casa Tanya”, donde nuestra anfitriona nos esperaba
con los brazos abiertos; mientras nuestra couchsurfer nos explicaba el
plan de acción para esa misma noche, algunos de los viajeros que
llevábamos falta de una agua desde hacía un tiempo nos dimos una ducha.
Con los cartuchos
respectivos a punto y bien abrigaditos, abandonamos el suburbio de
Tampere para volver a la Plaza de la Independencia, ya que cerca de allí
había un pub de estilo inglés donde Tanya había quedado con sus colegas.
Estuvimos calentando un rato el pico, mientras Julio Iglesias padre
empezaba sus filtreos con algunas jovencitas locales. Finalmente, y
puesto que eran pasadas las 12 de la noche, y por lo tanto ya era 6 de
diciembre, me encargue de pedir una ronda de chupitos letales de vodka,
que más de uno no tuvo tragaderas para ingerirlo, comenzaban los actos
de celebración del cumpleaños de Bicho-Palo (Chema).
Pero el grupo buscaba
emociones más fuertes, y gracias a Dios, Tanya tenía el antídoto para
paliar nuestros males. Era miércoles, y se presuponía poco ambiente,
pero al parecer había una especia de fiesta de solteras en la mejor
discoteca de la ciudad el
Shooters (Moskovskaya, 22), cogimos unos taxis y nos dirigimos al
lugar del crimen.
Allí nos esperaba una
buena remesa de puertas engorilados que no nos querían dejar pasar, el
motivo pudo ser que nos vieran bebiendo de nuestros cartuchos caseros en
la puerta, el caso es que por poco nos quedamos fuera, pero finalmente,
llevamos la pena hasta Ucrania y pudimos entrar. El ambiente dentro era
inmejorable, y estuvimos moviendo el esqueleto hasta las seis de la
mañana, digo lo del esqueleto porque jamás se vio coordinación en alguno
de nuestros bailes. Como era el cumpleaños de Chema, pedimos que por su
cumple le dedicaran una canción, y cuando la pusieron nos trajeron un
cóctel con bengalas y le hicieron subirse al escenario a bailar delante
de todo el mundo, claro esta, nosotros de cabeza detrás con el para
apoyarle y liarla un poco, fue un gran momento.
Y bueno, lo de las seis de la mañana es
muy relativo, ya que antes, a eso de las tres ya se había marchado
Bernón en compañía de Tanya a nuestra morada en el suburbio. Allí se
produjeron varias historias colaterales de las más graciosas del viaje.
Y es que Chema había regresado sólo a casa en un taxi, ya que le habían
echado del Shooters por
quedarse dormido en un sofá sin que nadie supiese nada. Allí se puso a
llamar al timbre de la calle, pero nadie le abría, sus llamadas de
auxilio a Bernon también cayeron en saco roto, así que este clásico del
alcoholismo aluchino tuvo que esperar pacientemente a que Bernardo Sá
rematara la faena, Clink !! “Joder Bernon, te terminaste una
couchsurfin, (plas, plas, más dura que la roca). Mientras Chema, fue a
buscar unas birras en una farmacia de guardia que había cerca de la
morada, lugar donde casi le pegan dentro de la tienda 2 borrachos
incontrolables.
Una hora después de
estos lamentables incidentes llego a la cochiquera la última remesa de
diamantinos (Sul, Sulern y yo), el destrozo era tan grande que no nos
quitamos ni las cazadoras para dormir, en una clásica dormida con lo
puesto, que alguno se tomó demasiado a pecho, utilizando como colchón el
propio parqué. Este dolor no era nada en comparación con que eran las
6:30 de la mañana y antes de las ocho teníamos que estar en píe, nos
esperaba el día más grande del viaje: la visita a
Chernobil.