D E L   V I A J E

RUMANIA - MOLDAVIA (TRANSNISTRIA) - UCRANIA (CHERNOBIL)

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Descárgate AQUÍ la Presentación del reportaje fotográfico que hicimos en Tiraspol y Chernobil.
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VIERNES 30: Madrid - Bucarest
SÁBADO 1 DICIEMBRE: Bucarest – Galati – Oancea – Cahul- Chisinau
DOMINGO 2 DICIEMBRE: Chisinau – Tiraspol - Odessa
LUNES 3 DICIEMBRE: Odessa - Simferopol
MARTES 4 DICIEMBRE: Simferopol – Yalta - Lastochkino Gnezdo – Yalta - Kiev
MIÉRCOLES 5 DICIEMBRE: Kiev

JUEVES 6 DICIEMBRE: Kiev – Chernobil – Kiev - Chisinau

VIERNES 7 DICIEMBRE: Chisinau

SÁBADO 8 DICIEMBRE: Chisinau - Bucarest

DOMINGO 9 DICIEMBRE: Bucarest - Madrid

 

DOMINGO 2 DICIEMBRE: Chisinau – Tiraspol - Odessa 

Cuando nos levantamos en la mansión de las Ladies, allí no había             ni un alma, todas ellas se habían ido a trabajar. A pesar de trasnochar por segunda noche consecutiva, el equipo fue madrugador, y serían en torno a las 9 de la mañana cuando nos despedimos del gato Coco-Chanel para dirigirnos a la estación de autobuses, desde donde emprenderíamos una nueva aventura hacia Tiraspol, la capital de la autodenominada región independiente de Pridnestrovia (más conocida para el resto de los mortales como Transnistria (o Transdniestr).

Tiraspol se localiza unos 70 km al este de Chisinau y existen varios autobuses regulares y maxi taxis que cubren este recorrido. Nosotros optamos por un autobús convencional que salía a eso de las 11 de la mañana (25 leu cada uno, 1.6 €).  El viaje transcurría según lo previsto, ratos de siestecita y ratos de disfrute del paisaje rural, pero nuestra suerte se trunco cuando llegamos a la frontera entre Moldavia y la región autónoma (independiente para ellos, no para la comunidad internacional). Aquí nos ocurrió una de las historias más memorables que jamás hayan pasado en los Diamante Travels.

Cuando el autobús paró en la frontera dos policías moldavos subieron y  comenzaron ha realizar un rutinario passport control a sus pasajeros. Los pasaportes de color azul con el águila moldava salieron a relucir, pero los policías ya habían visto el negocio y la trama no se hizo esperar. Una vez confirmada nuestra condición de españolitos, nos bajaron a los tres del autobús y nos llevaron a una especie de barracón donde, como ya imaginábamos, nos preparaban el primer lio de Montepío.

Sin cortarse lo más mínimo los policías Moldavos sacaron unas hojas, hicieron una especie de calculo raro, y si mi memoria no me falla nos pidieron 50 euros a cada uno, así de inicio. -Menuda hostia-, pensamos, pero sabíamos que toda esta aventura no iba a ser fácil, por eso después de una cansina, pero rápida negociación le dimos algunos leis que nos sobraban y algún euro perdido, el caso es que al cambio calculamos que la trama fueron unos 15 Euros.  Salimos contentos pensando que ya habíamos acabado la faena, pero cual fue nuestro error, cuando caminando hacia el autobús situado al otro lado del border line, unos militares, perfectamente ataviados con uniforme de guerra y gorros rusos con la insignia de la hoz y el martillo, nos detuvieron.

Los militares de Transnitria no se andaban con milongas, directamente nos pidieron 100 Euros a cada uno. Sabíamos que no había que pagar nada por entrar a este lugar, o como mucho una pequeña cantidad en concepto de visado (según nos enteraríamos después, unos 50 céntimos de Euro), pero esta gente estaba muy obcecada, o les pagábamos o teníamos que volver a Chisinau y tratar de llegar a Ucrania por otro camino con la consiguiente perdida de bus incluida.

Las negociaciones fueron durísimas, pero esta gente era un hueso demasiado duro hasta para alguien nacido en el Diamante. Merece especial mención la policía pecosa, de carita dulce de no haber roto nunca un plato, ya que era una auténtica hija de perra, y fue con quien tuvimos que torear todo el tiempo, ya que era la única que sabía algo de inglés.

Como toda esta situación nos parecía tan surrealista, decidimos poner nuestro granito de arena a este “festival del humor”(Creo que somos los únicos que hemos vacilado, mofado, sobornado y pitilleado en la frontera de Transnitria). Para ello tratamos de huir de los militares haciendo autostop unos 150 metros más allá de la frontera, ya en territorio de Transnistria, fuimos andando haciéndonos los suecos, pero los muy cabrones no nos quitaban ojo de encima, y sus trajes y metralletas daban bastante miedo como para andar haciendo el gambitero. Hay que decir que le echamos un par de huevos, porque ya teníamos metidas las maletas en el maxi-bus que nos había parado para hacernos autoestop. Un silbatazo fuerte y seco a la vez que lejano, nos daba a entender que eso de meterse en un maxi-bus, huyendo sin pagar en un estado no reconocido por Europa, con los maderos mas rayados del mundo, no era demasiada buena idea.

Como este primer plan de huida no tuvo éxito, pusimos en marcha un plan B: el soborno. Para ello tratamos de comprar a uno de los militares con una botella de JB de un litro, algo irresistible por esas latitudes, ya que antes le habíamos ofrecido un paquete de chorizo de Pamplona embasado al vacío y unos calcetines y guantes cutrisimos y no había funcionado, el tio flipaba de lo cutres que éramos, incluso avisaba al resto para deshuevarse de nosotros. Tampoco conseguimos nuestro objetivo con el JB, pero al menos arrancamos una carcajada al militar por nuestro ofrecimiento, algo demasiado difícil de conseguir en este lugar donde la última sonrisa databa de la época de los zares.

No nos estaban saliendo las cosas como pensábamos, y como no podíamos por nada del mundo volver a Chisinau decidimos hacer una última oferta económica, ofrecimos 50 Euros, y parece que esta cantidad si que fue del agrado de los allí presentes. Entregamos los pasaportes y después de tomar nuestros datos nos dieron un papelito a modo de visado por el cual sólo se nos permitía permanecer durante un plazo máximo de 24 horas en el territorio autónomo. Demasiadas trabas, pero el equipo había salido muy fortalecido, una experiencia única, irrepetible y enriquecedora. A todo esto, nuestro autobús ya se había ido, no iba a esperar la hora y pico que estuvimos ahí haciendo la pantomima.

Con el “papeleo” resuelto, al menos por el momento, nos pusimos rápidamente a hacer autostop para completar nuestro camino hacia Tiraspol. Paradojas del destino, iba a ser el coche conducido por uno de los militares que minutos antes nos había estafado, el primero en parar. De ese militar recuerdo que era algo así como el hombre de hielo, en ningún momento dijo esta boca es mía, pero bueno al fin y al cabo cumplió con su cometido y nos dejo en la estación de trenes de Tiraspol, la capital de Transnistria.

Transnistria, Transdniestria o Pridnestrovie, es una franja alargada de terreno que se extiende de norte a sur en la parte este de Moldavia, en una superficie de unos 4.163 km2. Recibe este nombre por localizarse en el margen este del río Dniester (Nistru en rumano) y es uno de los lugares del mundo cuya situación política es de las más peculiares. Como en el caso de Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia, y el de Nagorno-Karabaj en Azerbaiyán, Transnistria es una república que se considera así mismo como independiente, aunque oficialmente pertenezca a Moldavia.

Tiene su propia policía, su propia moneda (el Rublo PMR) y su propia bandera, en la que llama poderosamente la atención la presencia del martillo y la hoz. Aunque es una de las regiones más empobrecidas de Europa (con un salario de medio próximo a los 100$), supone casi el 50% de la riqueza industrial de Moldavia, que a su vez tiene el honor de ser considerado el país más pobre del viejo continente (ocupando el puesto 140º del mundo, mientras que España es considerada la octava potencia económica mundial).

Es considerado el reducto comunista más auténtico que aún queda en pie en el mundo, y el apelativo que en ocasiones recibe de “capital mundial del comunismo” no defrauda al visitante en absoluto, ya que es un auténtico museo al aire de libre de: trolebuses, grandes avenidas, tanques, monumentos a lo caídos en guerras comunistas, estatuas de Lenín, etc.. Además se dice que en este lugar están las mujeres más bellas de Moldavia, y muy probablemente de toda Europa (después de nuestras novias, eso sí, clink !!!).

Nuestra visita a Tiraspol, su capital, fue rápida, ya que no disponíamos de excesivo tiempo y además la ciudad no es demasiado grande. Con cerca de 190.000 habitantes Tiraspol es la segunda ciudad más grande de Moldavia, después de Chisinau. Su principal atractivo turístico es, como he dicho antes, el hecho de conservar ese tufo a comunismo que desprende.

Después de dejar nuestras mochilas en las taquillas de la estación de trenes, comenzamos a patear la ciudad cruzando grandes avenidas,  no precisamente bonitas, pero cargadas de atractivo por conservar la personalidad de la antigua Unión Soviética. Lenina, Karl Marxa, Kommunisticheskaya o Roza Luxemburg son sólo algunos nombres de calles principales que fuimos dejando atrás hasta llegar a la principal arteria de la ciudad: la Ulitsa 25 de Oktober, una gran avenida de varios carriles donde se concentran un buen puñado de tiendas, así como los restaurantes más importantes de la ciudad: los Sheriff, propiedad del multimillonario ucraniano Viktor Gushan, que ha montado un auténtico imperio con esta marca, la cual explota no sólo con los restaurantes, sino que además es una cadena de gasolineras, supermercados e incluso el mejor equipo de fútbol de Moldavia es el Tiraspol Sheriff, con un estadio construido hace pocos años que para sí quisieran muchos de los equipos de la zona alta de la liga española.

Bueno, como iba diciendo, continuamos la visita por el mayor parque de la ciudad, el ploschad Konstitutii, una vasta zona verde un poco desvencijada donde se encuentra otro de los monumentos emblemáticos de la ciudad: la estatua ecuestre de Suvorov. Después de más de 30 instantáneas al equino seguimos calle arriba hasta llegar al Palacio Presidencial, un gran bloque lleno de ventanales, en los que llama poderosamente la atención la enorme estatua de Lenin que preside el conjunto. Aunque ya antes habíamos visto en otras ciudades como Novosibirsk estatuas del antiguo dictador ruso, esta era sin lugar a dudas la más impresionante, de ahí que Chema sacara su reflex a paseo, momento en el cual un hombre trajeado que salió del interior del edificio hizo acto de presencia exigiendo que se dejarán de hacer fotos, por suerte la cosa no fue a más, y digo esto porque más de uno ha acabado en prisión en este lugar por hacer esto mismo.

La siguiente visita,  y la más impactante de la ciudad es la explanada en la que se encuentra el tanque soviético. En este lugar, a los pies del tanque, esta el llamado Cementerio de los Héroes, donde se encuentra la tumba al soldado desconocido, protegida por la llama eterna en memoria a los soldados caídos durante la guerra civil de 1992, que sesgo la vida de unas 1500 personas. Otra de los monumentos aquí presentes es el de un soldado con aspecto aniñado, y bastante desproporcionado, dicho sea de paso, que representa a las victimas soviéticas caídas durante la guerra de Afganistán.

Con todo el tema cultural resuelto, el equipo estaba sediento, y por suerte junto al río Dniestr había un puesto plagado de cervezas; pero a que adivináis la marca que escogió el grupo, ¡¡¡pues sí!!!, la Tuborg, y es que sólo un elemento como la tuborina podía levantar el ánimo de la expedición. Cartucho en mano, cogimos un taxi en la Ulitsa 25 Oktober y nos dirigimos de nuevo a la estación. Allí nos esperaba un último episodio surrealista en Tiraspol.

Cogimos nuestras mochilas de la taquilla, y preguntamos sobre los horarios de autobús para Odessa, nuestro próximo destino. Nos dijeron que sobre las ocho de la tarde salía un bule. Como teníamos tiempo y el hambre apretaba, sacamos los panes de Sancho Panza y los embutidos de Madrid, y extendimos la esterilla del Chema en medio de la sala de espera, fue un error infantil por nuestra parte el pensar que estábamos de Interrail, ya que enseguida llamamos la atención de la policía moldava, un cuerpo más corrupto que Julián Muñoz y Jesús Gil juntos.

Enseguida llamaron a Chema y lo sacaron fuera de la estación, a la calle, según los procedimientos mafiosos de la KGB. Para que no fuera sólo salí con él mientras Sule cuidaba las mochilas. Allí, cuatro policías perfectamente ataviados con su uniforme de la hoz y el martillo nos rodearon y nos empezaron a hablar en ruso, no entendíamos una mierda, pero por lo que Chema me dijo – Kalipo, antes he meado cerca de la estación, y yo creo que los policías me han visto- enseguida pudimos sacar nuestras propias conclusiones, nos querían poner el multazo del lío, y aun más, sino pagábamos Chemone acabaría con sus pies en prisión de Tiraspol, que sellazo!!!, que mala zuuuueeerrttte!!!

Los policías continuaban con su parruski erre que erre, y la comunicación era nula. Empezábamos a estar intranquilos cuando de repente nos dijeron que cogiéramos los macutos y nos llevaron a un andén oscuro donde no había ni un alma, y comenzaron a hacer preguntas que seguíamos sin entender. Otro nuevo soborno surgió, y Chema les ofreció los guantes Bacardi repudiados por el militar de la frontera de Transnistria. Daba la sensación de que nos iban a matar ahí mismo y tirar nuestros cuerpos a las vías, porque sino: ¿a qué se debía el habernos llevado hasta tan siniestro lugar?. Como veía que la cosa se complicaba le dije a Chema que nos fuésemos otra vez a la calle, y entonces se obró un nuevo milagro.

En nuestra ausencia, Chule había conocido a unos suizos que hablaban ruso y español en la sala de espera, algo increíble, ya que el turismo en esta parte del mundo es nulo, y más aún a principios de diciembre. Pero el motivo de que estos buenos chavales estuviesen en Tiraspol se debía a que eran estudiantes de ciencias políticas y habían venido a Transnistria para asistir a unas jornadas sobre democracia. Increíble pero cierto.

Uno de los suizos hizo saber a los policías que no estábamos dispuestos a pagar ninguna cantidad hasta ver un documento oficial que certificase que orinar en la vía publica era delito, y así fue. Al parecer había que pagar unos 8 € al cambio por este ‘delito’, mucho menos dinero de lo que nos pedían en un principio. A Chema y al suizo se los llevaron a una comisaría de las autenticas de película, una mesa de madera, todo frío, un foco apuntándoles a la cara… que experiencia!!! Al final, pagaron y les dejaron ir. Salvado nuestro penúltimo obstáculo de la Pridnestrovia, nos despedimos con un fuerte abrazo de agradecimiento de los suizos y nos montamos en un bus dirección Odessa (Ucrania).

Los autobuses a Odessa desde Tiraspol son muy numerosos (unos 13 diarios), el precio del billete es de unos 9 € (unas 70 hryvnias) por persona, nada barato teniendo en cuenta los salarios de estos países y la escasa distancia entre ambas ciudades (en torno a 100 km). Por ejemplo, el coche de línea de Madrid a mi pueblo (Navalmoral de la Sierra www.navalmoraldelasierra.com) es de 7 € y la distancia es de 110 km, este dato que doy es para que veáis que no sólo en España nos engañan con los precios, existen más ejemplos por el mundo.

Como ya he dicho nos quedaba una última traba que superar. A escasa media hora de haber arrancado el autobús paró en el puesto fronterizo de Kuchurhan, que marca la entrada a Ucrania desde Transnistria. Allí nos bajaron a los ‘elegidos’, es decir, al clásico trío aluchino, y a otros tres hombres más, que imagino tendrían otras nacionalidades, o quien sabe quizás el rabo demasiado largo como para pasar a otro país. La gente que bajo con nosotros paso el control sin problemas, pero a nosotros nos quedaba por superar un nuevo caso de corrupción.

En el control de maletas, un policía transnitrio y otro ucraniano nos empezaron a poner problemas por el sello del pasaporte, decían que teníamos que pagar por la salida de Transnitria, ya que era (para ellos) otro país diferente a Moldavia, y por tanto debíamos acoquinar. A su vez el policía ucraniano nos ponía problemas ya que decía que necesitábamos tener sellada la salida de Moldavia para poder entrar en su país, y como veníamos de Transnistria y estos no reconocen a los Moldavos como su pais pues nada que no teníamos sellada la salida Moldava..Un auténtico jaleo, que sin embargo, visto lo que habíamos visto, ya habíamos comentado que podía suceder con antelación.

Entonces empezó una nueva pugna dialéctica con los policías: que si éramos estudiantes, que si no teníamos un duro, que si les regalábamos una botella de whisky, etc.., el caso es que después de unos 10 minutos y ayudados también por la presión del conductor, que decía que tenía que continuar con el viaje, conseguimos irnos de allí sin que nuestro bolsillo se resintiera. Con un nuevo sello en el pasaporte nos montamos en el bus y nos dormimos placidamente hasta llegar a Odessa.

Lo primero que hicimos al llegar a la estación de autobuses fue ir a un cajero, la moneda cambiaba y necesitábamos hrivnias (1 € = 7,70 UAH) para poder subsistir en los 4 días que nos esperaban en Ucrania. Como estábamos un poco perdidos sobre un lugar recomendable y barato en el que alojarnos preguntamos a un lugareño, con la buena fortuna de que se ofreció a llevarnos a algún hotel en el que pudiésemos pasar la noche. Después de probar en algunos hoteles de la ciudad que eran demasiado caros para nuestras costumbres mamadas del Interrail, le dijimos que nos llevara al Hotel Yunist recomendado por la Lonely Planet y que tenía un precio razonable, teniendo en cuenta que alojarse en Odessa no es nada económico. Al final pagamos 35 € cada uno por una habitación doble con cama supletoria.

Nuestro alojamiento estaba localizado en Arkadia, un barrio al sur de Odessa que no goza de demasiada reputación por el continuo deambular de borrachos, vagabundos y bandas de perros callejeros. En este lugar se localizan algunas de las sucias playas de Odessa como la Arkadia Beach. que visitaríamos a la mañana siguiente.

Porque lo primero era salir a dar una vuelta para ver Odessa by night. Tomamos un taxi  (unas 30 UAH la carrera) hasta un Mc Donald´s que habíamos fichado a la ida ya que habíamos vuelto a padecer una de nuestras ya conocidas huelgas de hambre. Con el estomago lleno nos fuimos a pasear por el city centre con el objetivo de ver el highlight de la ciudad, las Escaleras Potempkin, que deben su fama a la película “El Acorazado Potempkin” (1925), del director ruso Sergei M. Eisenstein, considerada una de las obras maestras de la historia del cine, ya que fue en estas escaleras y en el puerto de Odessa donde se rodaron las escenas más recordadas de la película.

Junto a estas escaleras se localizan el Prymosky bulvar, la calle peatonal más importante de Odessa, donde se encuentra la estatua del ex gobernador Richelieu y el Ayuntamiento. Con la parte cultural ya cubierta bajamos las escaleras para dirigirnos al puerto, pero antes paramos a comprar unas cervecitas en uno de los numerosos puestos de avituallamiento que existen en todas las ciudades ucranianas. La cerveza en Ucrania es muy barata,  por 3 hryvnias puedes comprar una yonkilata de una marca local, mientras que una Tuborg o una Beck´s del mismo tamaño te cuesta 5 hryvnias.

Al ser una ciudad de más de un millón de habitantes, la actividad del puerto de Odessa es una de las mayores de todo el Mar Negro, y aunque el equipo estaba con pocas fuerzas por el fuerte comienzo del viaje, he de decir que se disfruto bastante del paseo nocturno.

  

Aunque estábamos empeñados en buscar algún garito para disfrutar de la noche dominguera, lo cierto es que no había ni un alma que peregrinase por la ciudad, por ello nos plantemos el regreso a nuestra cochiquera de Arkadia. De camino encontramos una discoteca muy bizarra que tiraba para atrás, pero para no perder las buenas costumbres entramos a tomarnos un último cartucho. Sin embargo el Layla, pues así se llamaba, nos causó una impresión tan pobre, que nos costó hasta acabarnos la cerveza. Se había abortado la misión, cogimos un taxi y tiramos para el hotel.

 

 LUNES 3 DICIEMBRE: Odessa - Simferopol

Nos levantamos temprano, y aprovechando la cercanía de nuestro hotel con el Mar Negro, decidimos que sería bueno visitar las famosas playas ucranianas, de una toxicidad suprema.

Con nuestros zumos y galletas bajo el brazo nos dirigimos hasta un acantilado en el que nos recibió una manada de afables perros vagabundos a los que se les alimentó como dios manda, unos chuflazos de leche bastaron para saciar su apetito.

El mirador era  de serie B, pero era esto lo que le hacía precioso a los ojos de unos viajeros del diamante. La chatarra que allí se amontonaba, los televisores comunistas indiscriminadamente apiñados y el puesto de vigilancia lleno de óxido, en el quizá algún día Mich Bukanan ejerció, eran sólo algunos de los elementos que componían una impresionante postal culminada con la grandiosidad del Mar Negro.

Tras hacernos unas cuantas fotos, incluida la foto ‘Matrix’, uno de los pullitzer del viaje, cogimos un taxi hacia la estación de trenes. Lo primero es lo primero, y teníamos que comprar el billete para esa misma tarde partir a Simferopol. Sin apenas dificultad nos hicimos con 3 plazas (por 55 hrivnias cada uno, unos 7 €), pero el tren salía a las 19:33, así que continuamos nuestra visita por Odessa.

Nada más salir de la estación nos topamos con una de las iglesias más impresionantes de la ciudad: Panteleymonivsky, al estilo de la de San Basilio, pero de cúpulas plateadas y tonos pastel. Pero como los templos sagrados no son lo nuestro cogimos uno de los grandes bulevares de la ciudad (el Pushkinska), para dirigirnos hacia el Prymosky bulvar, que ya habíamos visitado la noche anterior. Mientras paseábamos fuimos dejando tras nosotros un gran número de edificios de corte neoclásico, la mayoría de ellos descascarillados y con una urgente falta de una mano de chapa y pintura. Estos edificios simbolizan a la perfección la grandeza que tuvo Odessa a finales del s. XVIII, cuando Catherina la Grande de Rusia fundó esta ciudad y atrajo a decenas de miles de europeos hasta éste, por entonces, floreciente puerto comercial.

Continuamos el paseo matutino visitando otro de los monumentos emblemáticos de la ciudad: el Ayuntamiento, un vistoso edificio de color blanco imitación de los antiguos templos griegos. Aquí la expedición paró para posar junto a un gran cañón que hay enfrente del propio ayuntamiento, y que los rusos sustrajeron a los británicos durante la Guerra de Crimea (1854-1856). Continuamos a lo largo del Prymosky boulevard y doblamos a la derecha por las escaleras Potempkin, allí tuve el placer de hacerme una foto portando una lechuza al hombro, impresionaba ver al pájaro atado a una cuerda mientras la señora que lo explotaba económicamente lo trataba de domar sin mucho éxito. Entre unas cosas y otras empezamos a notar nuestras bocas secas, no serían las doce de la mañana, pero ya nos había dado el mono de tuborina de todos los días…, ¡que pereza!, otra vez a hibernar la cabeza.

El caso es que este primer e inocente cartucho marcaría el devenir del resto del día. Una tras otra fueron cayendo las cervezas mientras paseábamos por las calles de Odessa. Entre el frío y los litros ingeridos de vez en cuando teníamos que hacer paradas técnicas para orinar, y parecerá mentira, pero no había metro cuadrado libre de ser objeto de las miradas de los curiosos, por lo que cambiar el agua al canario cotizaba al alza. Especial dificultad tuvo la meada que echamos en una obra frente al imponente edificio de la Ópera.

El tiempo iba transcurriendo y el elemento tuboriko cada vez pesaba más, pero fue un integrante el que noto especialmente sus efectos, el veterano Sulen Albarn, que fue un muñeco de José Luis Moreno durante casi una hora, es decir, el tiempo que tardamos en alcanzar el Macca. Si señores, lo que oyen, nos metimos unos menús sobre la base Tuborg, formando en nuestros estómagos el mega bolo alimenticio, también conocido como pastizal causante del taponcín de Ramoncín. Después caímos redondos en las propias sillas del Mc Donald´s, inaugurando la temporada oficial de Mcsiestas (Eugeniooooo!!!).

Tras media hora de reposo nos levantamos y volvimos a la calle, la noche había caído sobre Odessa, cogimos un taxi y nos dirigimos a nuestro hotel a descansar otro rato en los sofás del hall, pero por poco tiempo, ya que había que volver a la estación de trenes para coger el tren a Simferopol. Puntualmente, a las 19:33 partió el expreso ucraniano www.uz.gov.ua), un tren de belleza similar a los que cogimos en el Transiberiano dos años atrás.

El viaje de Odessa a Simferopol, aunque la distancia no lo sugiera, es de unas 13 horas. Conociendo nuestro gusto por los ambientes del ferrocarril, íbamos dispuestos a buscar cachondeo en el primer compartimiento que encontrásemos, pero desgraciadamente el tren iba medio vacío y en silencio, por lo que nuestro viaje hasta la capital de Crimea se podría resumir con una palabra: desnucamiento (acción y efecto de desnucar, es decir, sacar de su lugar los huesos de la nuca). Un desnucamiento que esta vez no fue provocado por el alcohol, sino que en esta ocasión la responsabilidad recayó en manos de los confortables compartimentos ucranios. 

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