DOMINGO 2
DICIEMBRE: Chisinau – Tiraspol - Odessa
Cuando nos levantamos
en la mansión de las Ladies, allí no había ni un alma, todas
ellas se habían ido a trabajar. A pesar de trasnochar por segunda noche
consecutiva, el equipo fue madrugador, y serían en torno a las 9 de la
mañana cuando nos despedimos del gato Coco-Chanel para dirigirnos a la
estación de autobuses, desde donde emprenderíamos una nueva aventura
hacia Tiraspol, la capital de la autodenominada región independiente de
Pridnestrovia (más conocida para el resto de los mortales como
Transnistria (o
Transdniestr).
Tiraspol se localiza
unos 70 km al este de Chisinau y existen varios autobuses regulares y
maxi taxis que cubren este recorrido. Nosotros optamos por un autobús
convencional que salía a eso de las 11 de la mañana (25 leu cada uno,
1.6 €). El viaje transcurría según lo previsto, ratos de siestecita y
ratos de disfrute del paisaje rural, pero nuestra suerte se trunco
cuando llegamos a la frontera entre Moldavia y la región autónoma
(independiente para ellos, no para la comunidad internacional). Aquí nos
ocurrió una de las historias más memorables que jamás hayan pasado en
los Diamante Travels.
Cuando el autobús paró
en la frontera dos policías moldavos subieron y comenzaron ha realizar
un rutinario passport control a sus pasajeros. Los pasaportes de color
azul con el águila moldava salieron a relucir, pero los policías ya
habían visto el negocio y la trama no se hizo esperar. Una vez
confirmada nuestra condición de españolitos, nos bajaron a los tres del
autobús y nos llevaron a una especie de barracón donde, como ya
imaginábamos, nos preparaban el primer lio de Montepío.
Sin cortarse lo más
mínimo los policías Moldavos sacaron unas hojas, hicieron una especie de
calculo raro, y si mi memoria no me falla nos pidieron 50 euros a cada
uno, así de inicio. -Menuda hostia-, pensamos, pero sabíamos que toda
esta aventura no iba a ser fácil, por eso después de una cansina, pero
rápida negociación le dimos algunos leis que nos sobraban y algún euro
perdido, el caso es que al cambio calculamos que la trama fueron unos 15
Euros. Salimos contentos pensando que ya habíamos acabado la faena,
pero cual fue nuestro error, cuando caminando hacia el autobús situado
al otro lado del border line, unos militares, perfectamente ataviados
con uniforme de guerra y gorros rusos con la insignia de la hoz y el
martillo, nos detuvieron.
Los militares de
Transnitria no se andaban con milongas, directamente nos pidieron 100
Euros a cada uno. Sabíamos que no había que pagar nada por entrar a este
lugar, o como mucho una pequeña cantidad en concepto de visado (según
nos enteraríamos después, unos 50 céntimos de Euro), pero esta gente
estaba muy obcecada, o les pagábamos o teníamos que volver a Chisinau y
tratar de llegar a Ucrania por otro camino con la consiguiente perdida
de bus incluida.
Las negociaciones
fueron durísimas, pero esta gente era un hueso demasiado duro hasta para
alguien nacido en el Diamante. Merece especial mención la policía
pecosa, de carita dulce de no haber roto nunca un plato, ya que era una
auténtica hija de perra, y fue con quien tuvimos que torear todo el
tiempo, ya que era la única que sabía algo de inglés.
Como toda esta
situación nos parecía tan surrealista, decidimos poner nuestro granito
de arena a este “festival del humor”(Creo que somos los únicos que hemos
vacilado, mofado, sobornado y pitilleado en la frontera de Transnitria).
Para ello tratamos de huir de los militares haciendo autostop unos 150
metros más allá de la frontera, ya en territorio de Transnistria, fuimos
andando haciéndonos los suecos, pero los muy cabrones no nos quitaban
ojo de encima, y sus trajes y metralletas daban bastante miedo como para
andar haciendo el gambitero. Hay que decir que le echamos un par de
huevos, porque ya teníamos metidas las maletas en el maxi-bus que nos
había parado para hacernos autoestop. Un silbatazo fuerte y seco a la
vez que lejano, nos daba a entender que eso de meterse en un maxi-bus,
huyendo sin pagar en un estado no reconocido por Europa, con los maderos
mas rayados del mundo, no era demasiada buena idea.
Como este primer plan
de huida no tuvo éxito, pusimos en marcha un plan B: el soborno. Para
ello tratamos de comprar a uno de los militares con una botella de JB de
un litro, algo irresistible por esas latitudes, ya que antes le habíamos
ofrecido un paquete de chorizo de Pamplona embasado al vacío y unos
calcetines y guantes cutrisimos y no había funcionado, el tio flipaba de
lo cutres que éramos, incluso avisaba al resto para deshuevarse de
nosotros. Tampoco conseguimos nuestro objetivo con el JB, pero al menos
arrancamos una carcajada al militar por nuestro ofrecimiento, algo
demasiado difícil de conseguir en este lugar donde la última sonrisa
databa de la época de los zares.
No nos estaban
saliendo las cosas como pensábamos, y como no podíamos por nada del
mundo volver a Chisinau decidimos hacer una última oferta económica,
ofrecimos 50 Euros, y parece que esta cantidad si que fue del agrado de
los allí presentes. Entregamos los pasaportes y después de tomar
nuestros datos nos dieron un papelito a modo de visado por el cual sólo
se nos permitía permanecer durante un plazo máximo de 24 horas en el
territorio autónomo. Demasiadas trabas, pero el equipo había salido muy
fortalecido, una experiencia única, irrepetible y enriquecedora. A todo
esto, nuestro autobús ya se había ido, no iba a esperar la hora y pico
que estuvimos ahí haciendo la pantomima.
Con el “papeleo”
resuelto, al menos por el momento, nos pusimos rápidamente a hacer
autostop para completar nuestro camino hacia Tiraspol. Paradojas del
destino, iba a ser el coche conducido por uno de los militares que
minutos antes nos había estafado, el primero en parar. De ese militar
recuerdo que era algo así como el hombre de hielo, en ningún momento
dijo esta boca es mía, pero bueno al fin y al cabo cumplió con su
cometido y nos dejo en la estación de trenes de Tiraspol, la capital de
Transnistria.
Transnistria,
Transdniestria o Pridnestrovie, es una franja alargada de terreno que se
extiende de norte a sur en la parte este de Moldavia, en una superficie
de unos 4.163 km2. Recibe este nombre por localizarse en el margen este
del río Dniester (Nistru en rumano) y es uno de los lugares del mundo
cuya situación política es de las más peculiares. Como en el caso de
Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia, y el de Nagorno-Karabaj en
Azerbaiyán, Transnistria es una república que se considera así mismo
como independiente, aunque oficialmente pertenezca a Moldavia.
Tiene su propia
policía, su propia moneda (el Rublo PMR) y su propia bandera, en la que
llama poderosamente la atención la presencia del martillo y la hoz.
Aunque es una de las regiones más empobrecidas de Europa (con un salario
de medio próximo a los 100$), supone casi el 50% de la riqueza
industrial de Moldavia, que a su vez tiene el honor de ser considerado
el país más pobre del viejo continente (ocupando el puesto 140º del
mundo, mientras que España es considerada la octava potencia económica
mundial).
Es considerado el
reducto comunista más auténtico que aún queda en pie en el mundo, y el
apelativo que en ocasiones recibe de “capital mundial del comunismo” no
defrauda al visitante en absoluto, ya que es un auténtico museo al aire
de libre de: trolebuses, grandes avenidas, tanques, monumentos a lo
caídos en guerras comunistas, estatuas de Lenín, etc.. Además se dice
que en este lugar están las mujeres más bellas de Moldavia, y muy
probablemente de toda Europa (después de nuestras novias, eso sí, clink
!!!).
Nuestra visita a
Tiraspol, su capital, fue rápida, ya que no disponíamos de excesivo
tiempo y además la ciudad no es demasiado grande. Con cerca de 190.000
habitantes Tiraspol es la segunda ciudad más grande de Moldavia, después
de Chisinau. Su principal atractivo turístico es, como he dicho antes,
el hecho de conservar ese tufo a comunismo que desprende.
Después de dejar
nuestras mochilas en las taquillas de la estación de trenes, comenzamos
a patear la ciudad cruzando grandes avenidas, no precisamente bonitas,
pero cargadas de atractivo por conservar la personalidad de la antigua
Unión Soviética. Lenina, Karl Marxa, Kommunisticheskaya o Roza Luxemburg
son sólo algunos nombres de calles principales que fuimos dejando atrás
hasta llegar a la principal arteria de la ciudad: la Ulitsa 25 de
Oktober, una gran avenida de varios carriles donde se concentran un buen
puñado de tiendas, así como los restaurantes más importantes de la
ciudad: los Sheriff, propiedad del multimillonario ucraniano Viktor
Gushan, que ha montado un auténtico imperio con esta marca, la cual
explota no sólo con los restaurantes, sino que además es una cadena de
gasolineras, supermercados e incluso el mejor equipo de fútbol de
Moldavia es el Tiraspol Sheriff, con un estadio construido hace pocos
años que para sí quisieran muchos de los equipos de la zona alta de la
liga española.
Bueno, como iba
diciendo, continuamos la visita por el mayor parque de la ciudad, el
ploschad Konstitutii, una vasta zona verde un poco desvencijada donde se
encuentra otro de los monumentos emblemáticos de la ciudad: la estatua
ecuestre de
Suvorov. Después de más de 30 instantáneas al equino seguimos calle
arriba hasta llegar al Palacio Presidencial, un gran bloque lleno de
ventanales, en los que llama poderosamente la atención la enorme estatua
de Lenin que
preside el conjunto. Aunque ya antes habíamos visto en otras ciudades
como Novosibirsk
estatuas del antiguo dictador ruso, esta era sin lugar a dudas la más
impresionante, de ahí que Chema sacara su reflex a paseo, momento en el
cual un hombre trajeado que salió del interior del edificio hizo acto de
presencia exigiendo que se dejarán de hacer fotos, por suerte la cosa no
fue a más, y digo esto porque más de uno ha acabado en prisión en este
lugar por hacer esto mismo.
La siguiente visita,
y la más impactante de la ciudad es la explanada en la que se encuentra
el tanque soviético. En este lugar, a los pies del tanque, esta el
llamado Cementerio de los Héroes, donde se encuentra la
tumba al soldado desconocido, protegida por la llama eterna en
memoria a los soldados caídos durante la guerra civil de 1992, que sesgo
la vida de unas 1500 personas. Otra de los monumentos aquí presentes es
el de un soldado con aspecto aniñado, y bastante desproporcionado, dicho
sea de paso, que representa a las victimas soviéticas caídas durante la
guerra de Afganistán.
Con todo el tema
cultural resuelto, el equipo estaba sediento, y por suerte junto al río
Dniestr había un
puesto plagado de cervezas; pero a que adivináis la marca que escogió el
grupo, ¡¡¡pues sí!!!, la Tuborg, y es que sólo un elemento como la
tuborina podía levantar el ánimo de la expedición. Cartucho en mano,
cogimos un taxi en la Ulitsa 25 Oktober y nos dirigimos de nuevo a la
estación. Allí nos esperaba un último episodio surrealista en
Tiraspol.
Cogimos nuestras
mochilas de la taquilla, y preguntamos sobre los horarios de autobús
para Odessa, nuestro próximo destino. Nos dijeron que sobre las ocho de
la tarde salía un bule. Como teníamos tiempo y el hambre apretaba,
sacamos los panes de Sancho Panza y los embutidos de Madrid, y
extendimos la esterilla del Chema en medio de la sala de espera, fue un
error infantil por nuestra parte el pensar que estábamos de Interrail,
ya que enseguida llamamos la atención de la policía moldava, un cuerpo
más corrupto que Julián Muñoz y Jesús Gil juntos.
Enseguida llamaron a
Chema y lo sacaron fuera de la estación, a la calle, según los
procedimientos mafiosos de la KGB. Para que no fuera sólo salí con él
mientras Sule cuidaba las mochilas. Allí, cuatro policías perfectamente
ataviados con su uniforme de la hoz y el martillo nos rodearon y nos
empezaron a hablar en ruso, no entendíamos una mierda, pero por lo que
Chema me dijo – Kalipo, antes he meado cerca de la estación, y yo creo
que los policías me han visto- enseguida pudimos sacar nuestras propias
conclusiones, nos querían poner el multazo del lío, y aun más, sino
pagábamos Chemone acabaría con sus pies en prisión de Tiraspol, que
sellazo!!!, que mala zuuuueeerrttte!!!
Los policías
continuaban con su parruski erre que erre, y la comunicación era nula.
Empezábamos a estar intranquilos cuando de repente nos dijeron que
cogiéramos los macutos y nos llevaron a un andén oscuro donde no había
ni un alma, y comenzaron a hacer preguntas que seguíamos sin entender.
Otro nuevo soborno surgió, y Chema les ofreció los guantes Bacardi
repudiados por el militar de la frontera de Transnistria. Daba la
sensación de que nos iban a matar ahí mismo y tirar nuestros cuerpos a
las vías, porque sino: ¿a qué se debía el habernos llevado hasta tan
siniestro lugar?. Como veía que la cosa se complicaba le dije a Chema
que nos fuésemos otra vez a la calle, y entonces se obró un nuevo
milagro.
En nuestra ausencia,
Chule había conocido a unos suizos que hablaban ruso y español en la
sala de espera, algo increíble, ya que el turismo en esta parte del
mundo es nulo, y más aún a principios de diciembre. Pero el motivo de
que estos buenos chavales estuviesen en Tiraspol se debía a que eran
estudiantes de ciencias políticas y habían venido a Transnistria para
asistir a unas jornadas sobre democracia. Increíble pero cierto.
Uno de los suizos hizo
saber a los policías que no estábamos dispuestos a pagar ninguna
cantidad hasta ver un documento oficial que certificase que orinar en la
vía publica era delito, y así fue. Al parecer había que pagar unos 8 €
al cambio por este ‘delito’, mucho menos dinero de lo que nos pedían en
un principio. A Chema y al suizo se los llevaron a una comisaría de las
autenticas de película, una mesa de madera, todo frío, un foco
apuntándoles a la cara… que experiencia!!! Al final, pagaron y les
dejaron ir. Salvado nuestro penúltimo obstáculo de la Pridnestrovia, nos
despedimos con un fuerte abrazo de agradecimiento de los suizos y nos
montamos en un bus dirección Odessa (Ucrania).
Los autobuses a Odessa
desde Tiraspol son muy numerosos (unos 13 diarios), el precio del
billete es de unos 9 € (unas 70 hryvnias) por persona, nada barato
teniendo en cuenta los salarios de estos países y la escasa distancia
entre ambas ciudades (en torno a 100 km). Por ejemplo, el coche de línea
de Madrid a mi pueblo (Navalmoral de la Sierra
www.navalmoraldelasierra.com) es de 7 € y la distancia es de 110 km,
este dato que doy es para que veáis que no sólo en España nos engañan
con los precios, existen más ejemplos por el mundo.
Como ya he dicho nos
quedaba una última traba que superar. A escasa media hora de haber
arrancado el autobús paró en el puesto fronterizo de Kuchurhan, que
marca la entrada a Ucrania desde Transnistria. Allí nos bajaron a los
‘elegidos’, es decir, al clásico trío aluchino, y a otros tres hombres
más, que imagino tendrían otras nacionalidades, o quien sabe quizás el
rabo demasiado largo como para pasar a otro país. La gente que bajo con
nosotros paso el control sin problemas, pero a nosotros nos quedaba por
superar un nuevo caso de corrupción.
En el control de
maletas, un policía transnitrio y otro ucraniano nos empezaron a poner
problemas por el sello del pasaporte, decían que teníamos que pagar por
la salida de Transnitria, ya que era (para ellos) otro país diferente a
Moldavia, y por tanto debíamos acoquinar. A su vez el policía ucraniano
nos ponía problemas ya que decía que necesitábamos tener sellada la
salida de Moldavia para poder entrar en su país, y como veníamos de
Transnistria y estos no reconocen a los Moldavos como su pais pues nada
que no teníamos sellada la salida Moldava..Un auténtico jaleo, que sin
embargo, visto lo que habíamos visto, ya habíamos comentado que podía
suceder con antelación.
Entonces empezó una
nueva pugna dialéctica con los policías: que si éramos estudiantes, que
si no teníamos un duro, que si les regalábamos una botella de whisky,
etc.., el caso es que después de unos 10 minutos y ayudados también por
la presión del conductor, que decía que tenía que continuar con el
viaje, conseguimos irnos de allí sin que nuestro bolsillo se resintiera.
Con un nuevo sello en el pasaporte nos montamos en el bus y nos dormimos
placidamente hasta llegar a Odessa.
Lo primero que hicimos
al llegar a la estación de autobuses fue ir a un cajero, la moneda
cambiaba y necesitábamos hrivnias (1 € = 7,70 UAH) para poder subsistir
en los 4 días que nos esperaban en Ucrania. Como estábamos un poco
perdidos sobre un lugar recomendable y barato en el que alojarnos
preguntamos a un lugareño, con la buena fortuna de que se ofreció a
llevarnos a algún hotel en el que pudiésemos pasar la noche. Después de
probar en algunos hoteles de la ciudad que eran demasiado caros para
nuestras costumbres mamadas del Interrail, le dijimos que nos llevara al
Hotel Yunist
recomendado por la Lonely Planet y que tenía un precio razonable,
teniendo en cuenta que alojarse en Odessa no es nada económico. Al final
pagamos 35 € cada uno por una habitación doble con cama supletoria.
Nuestro alojamiento
estaba localizado en Arkadia, un barrio al sur de Odessa que no goza de
demasiada reputación por el continuo deambular de borrachos, vagabundos
y bandas de perros callejeros. En este lugar se localizan algunas de las
sucias playas de Odessa como la Arkadia Beach. que visitaríamos a la
mañana siguiente.
Porque lo primero era
salir a dar una vuelta para ver Odessa by night. Tomamos un taxi (unas
30 UAH la carrera) hasta un Mc Donald´s que habíamos fichado a la ida ya
que habíamos vuelto a padecer una de nuestras ya conocidas huelgas de
hambre. Con el estomago lleno nos fuimos a pasear por el city centre con
el objetivo de ver el highlight de la ciudad, las Escaleras Potempkin,
que deben su fama a la película “El Acorazado Potempkin” (1925), del
director ruso Sergei M. Eisenstein, considerada una de las obras
maestras de la historia del cine, ya que fue en estas escaleras y en el
puerto de Odessa donde se rodaron las escenas más recordadas de la
película.
Junto a estas
escaleras se localizan el Prymosky bulvar, la calle peatonal más
importante de Odessa, donde se encuentra la estatua del ex gobernador
Richelieu y el Ayuntamiento. Con la parte cultural ya cubierta bajamos
las escaleras para dirigirnos al puerto, pero antes paramos a comprar
unas cervecitas en uno de los numerosos puestos de avituallamiento que
existen en todas las ciudades ucranianas. La cerveza en Ucrania es muy
barata, por 3 hryvnias puedes comprar una yonkilata de una marca local,
mientras que una Tuborg o una Beck´s del mismo tamaño te cuesta 5
hryvnias.
Al ser una ciudad de
más de un millón de habitantes, la actividad del puerto de Odessa es una
de las mayores de todo el Mar Negro, y aunque el equipo estaba con pocas
fuerzas por el fuerte comienzo del viaje, he de decir que se disfruto
bastante del paseo nocturno.
Aunque estábamos
empeñados en buscar algún garito para disfrutar de la noche dominguera,
lo cierto es que no había ni un alma que peregrinase por la ciudad, por
ello nos plantemos el regreso a nuestra cochiquera de Arkadia. De camino
encontramos una discoteca muy bizarra que tiraba para atrás, pero para
no perder las buenas costumbres entramos a tomarnos un último cartucho.
Sin embargo el Layla, pues así se llamaba, nos causó una impresión tan
pobre, que nos costó hasta acabarnos la cerveza. Se había abortado la
misión, cogimos un taxi y tiramos para el hotel.
LUNES
3 DICIEMBRE: Odessa - Simferopol
Nos levantamos
temprano, y aprovechando la cercanía de nuestro hotel con el Mar Negro,
decidimos que sería bueno visitar las famosas playas ucranianas, de una
toxicidad suprema.
Con nuestros zumos y
galletas bajo el brazo nos dirigimos hasta un acantilado en el que nos
recibió una manada de afables perros vagabundos a los que se les
alimentó como dios manda, unos chuflazos de leche bastaron para saciar
su apetito.
El mirador era de
serie B, pero era esto lo que le hacía precioso a los ojos de unos
viajeros del diamante. La chatarra que allí se amontonaba, los
televisores comunistas indiscriminadamente apiñados y el puesto de
vigilancia lleno de óxido, en el quizá algún día Mich Bukanan ejerció,
eran sólo algunos de los elementos que componían una impresionante
postal culminada con la grandiosidad del Mar Negro.
Tras hacernos unas
cuantas fotos, incluida la foto ‘Matrix’, uno de los pullitzer del
viaje, cogimos un taxi hacia la estación de trenes. Lo primero es lo
primero, y teníamos que comprar el billete para esa misma tarde partir a
Simferopol. Sin apenas dificultad nos hicimos con 3 plazas (por 55
hrivnias cada uno, unos 7 €), pero el tren salía a las 19:33, así que
continuamos nuestra visita por Odessa.
Nada más salir de la
estación nos topamos con una de las iglesias más impresionantes de la
ciudad: Panteleymonivsky, al estilo de la de San Basilio, pero de
cúpulas plateadas y tonos pastel. Pero como los templos sagrados no son
lo nuestro cogimos uno de los grandes bulevares de la ciudad (el
Pushkinska), para dirigirnos hacia el Prymosky bulvar, que ya habíamos
visitado la noche anterior. Mientras paseábamos fuimos dejando tras
nosotros un gran número de edificios de corte neoclásico, la mayoría de
ellos descascarillados y con una urgente falta de una mano de chapa y
pintura. Estos edificios simbolizan a la perfección la grandeza que tuvo
Odessa a finales del s. XVIII, cuando Catherina la Grande de Rusia fundó
esta ciudad y atrajo a decenas de miles de europeos hasta éste, por
entonces, floreciente puerto comercial.
Continuamos el paseo
matutino visitando otro de los monumentos emblemáticos de la ciudad: el
Ayuntamiento, un vistoso edificio de color blanco imitación de los
antiguos templos griegos. Aquí la expedición paró para posar junto a un
gran cañón que hay enfrente del propio ayuntamiento, y que los rusos
sustrajeron a los británicos durante la Guerra de Crimea (1854-1856).
Continuamos a lo largo del Prymosky boulevard y doblamos a la derecha
por las escaleras Potempkin, allí tuve el placer de hacerme una foto
portando una lechuza al hombro, impresionaba ver al pájaro atado a una
cuerda mientras la señora que lo explotaba económicamente lo trataba de
domar sin mucho éxito. Entre unas
cosas y otras empezamos a notar nuestras bocas secas, no serían las doce
de la mañana, pero ya nos había dado el mono de tuborina de todos los
días…, ¡que pereza!, otra vez a hibernar la cabeza.
El caso es que este
primer e inocente cartucho marcaría el devenir del resto del día. Una
tras otra fueron cayendo las cervezas mientras paseábamos por las calles
de Odessa. Entre el frío y los litros ingeridos de vez en cuando
teníamos que hacer paradas técnicas para orinar, y parecerá mentira,
pero no había metro cuadrado libre de ser objeto de las miradas de los
curiosos, por lo que cambiar el agua al canario cotizaba al alza.
Especial dificultad tuvo la meada que echamos en una obra frente al
imponente edificio de la Ópera.
El tiempo iba
transcurriendo y el elemento tuboriko cada vez pesaba más, pero fue un
integrante el que noto especialmente sus efectos, el veterano Sulen
Albarn, que fue un muñeco de José Luis Moreno durante casi una hora, es
decir, el tiempo que tardamos en alcanzar el Macca. Si señores, lo que
oyen, nos metimos unos menús sobre la base Tuborg, formando en nuestros
estómagos el mega bolo alimenticio, también conocido como pastizal
causante del taponcín de Ramoncín. Después caímos redondos en las
propias sillas del Mc Donald´s, inaugurando la temporada oficial de
Mcsiestas (Eugeniooooo!!!).
Tras media hora de
reposo nos levantamos y volvimos a la calle, la noche había caído sobre
Odessa, cogimos un taxi y nos dirigimos a nuestro hotel a descansar otro
rato en los sofás del hall, pero por poco tiempo, ya que había que
volver a la estación de trenes para coger el tren a Simferopol.
Puntualmente, a las 19:33 partió el expreso ucraniano
www.uz.gov.ua), un tren de belleza
similar a los que cogimos en el Transiberiano dos años atrás.
El viaje de Odessa a
Simferopol, aunque la distancia no lo sugiera, es de unas 13 horas.
Conociendo nuestro gusto por los ambientes del ferrocarril, íbamos
dispuestos a buscar cachondeo en el primer compartimiento que
encontrásemos, pero desgraciadamente el tren iba medio vacío y en
silencio, por lo que nuestro viaje hasta la capital de Crimea se podría
resumir con una palabra: desnucamiento (acción y efecto de desnucar, es
decir, sacar de su lugar los huesos de la nuca). Un desnucamiento que
esta vez no fue provocado por el alcohol, sino que en esta ocasión la
responsabilidad recayó en manos de los confortables compartimentos
ucranios.