12 de Agosto -
Benarés, la ciudad de la muerte
La rutina la conocíamos de sobra: llegada a
primera hora a la estación, ricksaws y a por un sitio donde poder dormir
esa noche en condiciones y precios adecuados. Esa mañana el tema
transporte se nos complicó un poco… Pero decididos a no dejarnos
“timar”, tras algunas discusiones con conductores algo más “espabilaos”
pudimos llegar a la zona donde más o menos nos habían indicado que
estaban los gaths más interesantes, dispuestos a encontrar un
alojamiento barato a orillas de
Ganges donde pasar la noche.
Benarés (nombre oficial Varanasi) es una
ciudad de unos 2.000.000 de habitantes en el estado de
Uttar Pradesh en la
India.
Situada a orillas del río
Ganges,
es la ciudad santa del
hinduismo. Conocida también con el nombre de Kaasi que significa
“ciudad de la luz”,
Benarés debe su nombre actual a su situación
geográfica, entre los ríos
Varana y
Así.
Ciudad santa hace más de tres mil años,
época en la que era un centro religioso dedicada al dios Sol, la ciudad
sufrió un importante saqueo por parte de tropas provenientes de
Afganistán en
1300.
Posteriormente,
Benarés fue atacada por el emperador
mogol
Aurangzeb que, en el
siglo XVII, pretendía acabar con el hinduismo. La ciudad sobrevivió
ambos ataques, aunque la mayoría de los templos y edificios fueron
destruidos.
En la actualidad, Benarés está considerada
la ciudad más sagrada y el principal punto de peregrinaje para los
hinduistas. La categoría de ciudad santa proviene de la creencia de que
una de las cinco cabezas del dios
Brahma
consiguió descansar al llegar a esta ciudad. Además, según el hinduismo,
la mano izquierda de Sati, una de las reencarnaciones del dios
Shiva
cayó en Benarés. Cada una de estas divinidades tiene su propio templo en
la ciudad.
Según el
hinduismo, todo aquel que muera en
Benarés o a menos de sesenta kilómetros de la ciudad, queda liberado del
ciclo de las
reencarnaciones y entra directamente en el
Nirvana. Los baños en el río Ganges se consideran también como
purificadores de los pecados. Además, todo hinduista la debe visitar por
lo menos una vez en la vida. (Algunos aluchinos lo probamos y no eramos
hinduistas).
Todas estas creencias han convertido la
ciudad en el destino de enfermos y ancianos, que quieren pasar sus
últimos días en este enclave santo. Numerosas residencias destinadas a
albergar a los moribundos se alinean a lo largo del Ganges. La orilla
del río es también el centro de los crematorios de la ciudad.
El principal destino de los peregrinos que
visitan la ciudad son los gaths, nombre que reciben las escaleras de
piedra que descienden hasta el Ganges. Al amanecer, se puede ver a
hombres y mujeres realizando sus baños purificadores en el río a la vez
que rinden tributo al dios del Sol,
Surya. Cada una de estas
escalinatas, construidas en el
siglo XVIII, tiene un nombre y una función especial. Los ghats de
Manikarnika y
Harishchandra son los crematorios principales. En el ghat
de Panchaganga se cree que convergen cinco ríos sagrados. En total, la
ciudad de Benarés cuenta con más de 100 ghats. Debido a la aglomeración
de gente en su paso por esta ciudad el río Ganges cuenta con un
importante grado de contaminación.
Tras mucho callejear y preguntar aquí y
allá, nos decidimos por un
“hotel” sobre el Ganges atraídos más por su
localización que por su confort, que era más bien escaso. Para empezar,
nos comunicaron que, a parte de los cortes de suministro de electricidad
regulados por las autoridades de la ciudad, incapaces de soportar la
enorme demanda que ésta tenía, el edificio era de “reciente
construcción” por lo que aún carecían de generadores capaces de producir
electricidad durante los cortes y mantener el suministro de manera
constante. Sin electricidad nos podíamos ir olvidando también de tener
agua corriente… En fin, las vistas eran estupendas! Nos encontrábamos en
el
Hannuman ghat, y desde la terraza nos asomábamos sobre el río
sagrado.
Otra de las peculiaridades de la hostelería
de esta ciudad (esta vez era algo generalizado) era que esos días había
toque de queda a las 10 de la noche y antes de esa hora los huéspedes
teníamos que estar de vuelta. Esto se debía a que esos días se celebraba
una de las fiestas más importantes del país, la fiesta de
Shiva:
millones de tíos vestidos de naranja y portando varas con contenedores
en los extremos se dirigían al Ganges para tomar agua sagrada y regresar
con ella a su ciudad natal. Venían de todos los puntos de India y la
masificación en Benarés era increíble, e incontrolable…
El paseo por la ciudad comenzó tomando
fuerzas en un pequeño restaurante muy occidentalizado que encontramos
cerca del hotel y donde dimos buena cuenta de un gran desayuno. Tras lo
cual nos acercamos en bici-rickshaw a la zona de los gaths sagrados
donde se hacen los ritos de las cremaciones. Durante todo el día y toda
la noche, en estos puntos a orillas del Ganges, arden los restos
mortales de hombres y mujeres, divididos por casta y condición
económica. Unas doscientas cremaciones tienen lugar diariamente en
Benarés, en sus dos enclaves funerarios. Los más pudientes son
incinerados en el ghats principal, junto al templo dedicado a
Shiva y
Parvati. Sus cuerpos, transfigurados en ceniza tras haber quemado
lentamente sobre un tálamo de leña, son arrojados al río, mientras sus
almas teóricamente ya han ascendido al cielo en una nube de humo e
incienso. Los más pobres, son “asados” en camillas de fogón eléctrico,
en el otro ghat funerario.
Las cremaciones son un espectáculo
silencioso y sereno, donde no se escuchan llantos ni lamentaciones
(éstas impedirían el ascenso del alma difunta al cielo). Los muertos son
acompañados en su último viaje por un cortejo exclusivamente masculino,
pues se teme que las mujeres no sean capaces de reprimir su dolor.
Dentro de este cortejo, los turistas son aceptados e incluso bienvenidos
(los hindúes comprenden nuestra curiosidad e interés por sus ritos
funerarios y se sienten halagados de que hayamos recorrido tantos
kilómetros para presenciarlos), pero sus cámaras no son toleradas, al
menos de manera “oficial”. Sin embargo, una vez allí, fueron numerosas
las ofertas para llevarnos a puntos con vistas privilegiadas desde donde
realizar alguna foto furtiva a cambio de pocas rupias. Quedamos
estupefactos al contemplar como se consumían los cuerpos a pocos metros
de nosotros... El olor era penetrante y desconocido, inolvidable...
Al final un guía improvisado nos llevó a un
edificio de 2-3 pisos de altura con balcones sobre el gath desde donde
teníamos una vista privilegiada y podíamos actuar discretamente. El
edificio resultó ser un hospicio de gente anciana y enferma que emigra a
Benarés para que la muerte le llegue en esa ciudad. Las "waiting room"
nos dejaron perplejos, como puedes tumbarte con mas gente en una sala y
esperar pacientemente a que la muerte venga a buscarte?
Tras pasar un largo rato
observando el
inquietante pero cautivador espectáculo del rito de las cremaciones
hindúes, decidimos continuar el paseo a lo largo de la orilla del Ganges.
Moviéndonos de un gath a otro, pudimos apreciar todo lo que el Ganges
supone en la vida de los hindúes. Este río es origen de gran riqueza
para la población y la gente centraliza su jornada entorno al enorme
cauce de agua turbia y contaminada donde llevan a cabo sus
purificaciones espirituales mediante las abluciones, donde se lavan,
limpian sus ropas, juegan y realizan un sinfín de prácticas religiosas.
(Dato: La cuenca del Ganges es muy fértil y, en 2005, uno de cada doce
habitantes del mundo (un 8%) vivía en esta zona. Sin embargo, debido a
la alta concentración de población la contaminación y la destrucción de
diversos hábitats naturales han aumentado de forma alarmante en toda la
zona).
De repente, a lo lejos, avistamos una gran
masa de gente vestida de naranja, ya nos eran familiares. Habíamos visto
más peregrinos vestidos por completo de naranja a lo largo de todo el
viaje por las distintas ciudades que pasábamos, pero nunca en ese
número. Desconocíamos que ese era uno de los puntos más importantes de
ofrenda (pujas) y toma de agua. La tradición de la fiesta de Shiva marca
una peregrinación al Ganges para tomar agua sagrada en unos pequeños
recipientes que estos curiosos personajes llevan colgados en los
extremos de unas varas de colores chillones apoyadas en sus hombros. Esa
agua debe ser llevada de vuelta a sus pueblos natales, algunos a mucha
distancia del caudaloso río. El bullicio y la curiosidad tanto por
nuestra parte como por la de ellos propiciaron que pasáramos mucho
tiempo entretenidos en fotografiar el espectáculo, realizáramos nuestras
ofrendas y charláramos con gente diversa. Nos hicimos muy amigos de unos
niños muy sociables que nos explicaron parte de los rituales que se
estaban llevando a cabo y curiosidades sobre sus tradiciones. Sin
ninguna dificultad se ganaron a todo nuestro grupo. Al final, les dimos
una buena propina por su simpatía.
El monzón había respetado bastante nuestra
tarde por Benarés, pero tanta sequía ya no podía mantenerse y comenzó a
diluviar. Encontramos una pequeña tiendita de refresco y dulces con unos
bancos en el interior donde nos guarecimos y compramos cosas para beber
y comer. El tendero estaba contentísimo y se mostró encantador. El grupo
aprovechó para hacer unas llamadas en la cabina que había en la misma
tienda y descubrimos un cibercafé en la acera de enfrente, donde
aprovechamos para mirar los correos, descargar las fotos y leer
periódicos españoles. En este momento apareció Palentino, recién llegado
de Alemania, que venía a reforzar el menguado equipo y nos acompañaría
de ahora en adelante.
La hora de volver al hotel se acercaba
(teníamos toque de queda!), y el grupo se dividió para coger bicis
rick-saw.
Rober y yo nos subimos a uno tirado por un pobre hombre mayor que iba
pasándose un pañuelo por la cara constantemente para poder secarse la
mezcla de lluvia y sudor. Ese trayecto que no debió ser muy largo, nos
pareció eterno. En más de una ocasión estuvimos a punto de bajarnos,
pagar al buen hombre y seguir a pie, pero no teníamos ni idea de donde
nos encontrábamos y las calles oscuras de Benarés bajo el diluvio no
parecía una buena alternativa. Además en esas circunstancias nunca sabes
bien cómo el hindú va a tomárselo…
El caso es que tras una eternidad, el señor
nos dejó supuestamente en el gath que le habíamos indicado, le pagamos
añadiendo una buena propina al precio que habíamos prefijado (para
calmar nuestras conciencias, supongo) y se marchó dejándonos en un lugar
a orillas del Ganges completamente sin luz y vacío de gente. Tardamos
poco tiempo en darnos cuenta que ese no era el gath correcto.
Preguntamos a alguno de los poco transeúntes que vimos, pero su escaso
inglés, junto con nuestra pronunciación bastante deficiente del nombre
del lugar, hizo que no consiguiéramos mucha orientación de hacia donde
debíamos ir. Además carecíamos de cualquier tipo de mapa y desconocíamos
el nombre de nuestro hotel no tanto por despiste nuestro, si no porque
era tan nuevo que nos habían dicho que no tenía...
La odisea de llegar a nuestro hotel
atravesando calles de Benarés marginales, completamente a oscuras y
empapados por el monzón fue contrarreloj por la hora límite de las 10 de
la noche que nos habían puesto. Aunque nuestro hotel no tenía nombre,
nos habíamos quedado con alguno otro de sitios a los que habíamos ido a
preguntar antes de llegar a él. Con esos puntos de referencia, junto con
un mapa que conseguimos en un hotel donde nos miraron bastante mal
cuando entramos a preguntar (debíamos llevar unas pintas desastrosas,
empapados y llenos de barro) conseguimos llegar a un punto conocido
desde donde desandar el camino que habíamos hecho esa misma tarde (nada
fácil de recordar ya que había que callejear bastante desde la calle
principal) y llegar al hotel.
Yo llegué con un susto tremendo, no sé si
más agobiada por estar perdida en una ciudad desconocida y que en ese
momento me pareció bastante hostil, o por la idea del toque de queda que
me sonaba a conflicto armado. Rober se lo tomó con bastante más calma,
consciente de que lo peor que podría haber pasado es que hubiéramos
tenido que dormir en otro sitio y buscar al resto del grupo por la
mañana con más calma.
Cuando aparecimos en el hotel, Irene, Javi y
Sule se disponían a salir en nuestra búsqueda. Sin ganas de mucho más
nos dimos un duchazo (había que aprovechar el don del agua corriente),
comimos algo rápidamente y las chicas (es decir, Ire y yo) nos metimos
en la cama mientras que los chicos tomaban unas copitas en la terraza.
13 de
Agosto – Navegación en el Ganges y rumbo a Nepal
Nos despertamos casi de madrugada con la
intención de remontar el Ganges buscando el momento álgido de las
cremaciones en la ciudad. El día, sin embargo, amaneció completamente
cubierto y con una neblina que poco animaba a disfrutar del paseo en
barca. Aún así nos enfundamos en nuestros chubasqueros y fuimos en busca
de la mejor oferta para disfrutar de ese “espectáculo”. Tomamos una
barcaza tras regatear con el “patrón” el precio de la travesía (cómo no,
los barqueros piden un precio bastante alto a los turistas extranjeros).
Le pedimos que nos llevara hacia la orilla donde se estaban llevando a
cabo las cremaciones, pero pasó de nosotros y nos dirigió a
contracorriente pasando por gaths llenos de gente lavándose, lavando la
ropa o practicando abluciones. Optamos por tomar otra barca después de
mantener una bronca con aquel individuo; tras pagar unas
400 Rp por
barba (precio más que considerable allí) comenzamos a remontar el río y
pudimos ver las humaredas que anunciaban los gaths de las cremaciones
que ya habíamos visitado desde tierra el día anterior. La lluvia
incesante que caía sobre nosotros y el intenso gris del cielo,
conformaban un telón de fondo idóneo para tan fúnebre visión...
Desde la barca la visión fue también
bastante impresionante ya que pudimos observar claramente el ritual del
baño del cadáver en el río antes de colocarlo en la pira, cubierto con
flores y mantas funerarias hindúes que recuerdan mucho a las que nuestro
SAMUR utiliza en los accidentes de carretera, doradas y brillantes. Las
piras “públicas” ubicadas en un lateral del gath seguían ardiendo de
manera incesante. En los gath, se acumulaban grupos de familiares con su
difunto al hombro, esperando pacientemente su turno para entregarlo al
río sagrado...
Cansados y bien remojados volvimos al
hostal para cambiarnos, descansar un poco y hacer las maletas. Mientras,
unos pocos se iban a negociar transporte para llegar a la frontera con
Nepal, objetivo para esa tarde-noche. Unas horas después y tras un
baño
en el Ganges de cuatro “valientes” Sulen, Saul, Palentino y
Chema, (todavía estamos esperando los
efectos de fluorescencia) nos embutimos los doce en un
Land Rover camino
al país vecino con bastantes ganas de perder de vista por unos días las
bulliciosas calles de la India y su inigualable población.
El viaje fue mucho más largo de lo que
esperamos
(12 horas!!
en un
potro
de película) y en una situación de hacinamiento un pelín
incómoda (“disposición cremallera”, las rodillas de uno encajaban con
las de los dos que tenía en frente...). En una de las varias paradas que
hicimos para comprar algo de comer y hacer un pis en un pueblecito que
surgía a lo largo de la carretera, un grupo de gente empezó a rodear el
coche mirándonos fijamente por las ventanillas. Cada vez el grupo era
más y más numeroso e intentaban tocarnos por las ventanillas abiertas.
Obviamente, lo que más llamaba la atención éramos las dos chicas y el
ambiente empezó a caldearse. Los chicos estaban cada vez más nerviosos
por la presencia de esa pequeña multitud de hindúes tan lanzados,
especialmente a la hora de quedársete mirando sin ningún tipo de muestra
de pudor. Al final tuvimos que seguir camino intentando no atropellar a
ninguno de los muchachos que se habían pegado al coche y que no parecían
muy dispuestos a apartarse. La verdad es que una temporadita en Nepal no
nos iba a venir nada mal…
Llegamos a la frontera con Nepal pasando
por Gorakhpur hasta
Nautanwa. Cuando alcanzamos la barrera fronteriza
era la 1 de la mañana y Nautanwa un pueblo fantasma. Desentumeciendo las
piernas agarrotadas de tanto viaje y recolocándonos los cuellos partidos
de tantas posturas inimaginables en ese rompecabezas humano, fuimos
saliendo del jeep y cogiendo nuestras mochilas. El siguiente paso era
buscar a alguien que nos firmara los pasaportes antes de pasar al país
vecino, no porque hubiera nadie al otro lado para reclamarlo, si no para
ahorrarnos problemas una semana después en el regreso a Madrid.
Así que nos dirigimos hacia la barrera
que marcaba el paso fronterizo y allí despertamos a un par de
funcionarios hindúes que nos sellaron y firmaron las hojas del pasaporte
en la misma mesa sobre la que diez minutos antes dormían plácidamente
bajo la mosquitera. Diez pasos y habíamos cambiado de país!
La escena se repitió en una garita al
otro lado de la barrera fronteriza y tras 10 minutos de papeleo que los
mosquitos aprovecharon para acribillarnos, estábamos oficialmente y
legalmente en Nepal.
2 de la mañana, reventados y sin haber
cenado, acabamos en un lúgubre establecimiento al pie de la frontera
nepalí donde nos ofrecían un menú fijo de arroz y salsa indefinida que
tuvo más o menos seguimiento. Hubiera sido un sitio más bien inquietante
si hubiéramos llegado dos o tres personas, pero la docena que éramos
hizo fuerza y la invasión a la que les sometimos eliminó cualquier tipo
de amenaza.
Comentando en el “restaurante” dónde
queríamos ir y el número que éramos nos ofrecieron un transporte directo
y exclusivo por un precio acorde a tamaño lujo… No estábamos para
analizar muchas más opciones y, dado que al cambio nos pareció algo que
nos podíamos permitir, aceptamos la oferta para llegar a
Pokhara algo
más cómodos que en el jeep que nos había llevado hasta allí. Con el
transporte resuelto y encaminados a nuestra siguiente etapa fuimos poco
a poco sucumbiendo al cansancio. (Impresionante
pero después de coger un potro de
12 horas insoportable, aun sin
saberlo, nos estábamos metiendo en otro de otras
12 horas con goteras y
unas corrientes de aire frió de escándalo!!! recuerdo que ha sido de los
mas doloroso en transportes de todos los viajes)
14 de Agosto -
Pokhara y la pagoda de la paz
Lo que prometía ser un viaje tranquilo y
sin contratiempos se acabó convirtiendo en un autobús de línea para
ancianos, niños que iban al cole y todo tipo de personas que fueron
subiendo mientras nosotros dormitábamos, previo pago del billete claro!
Los tíos de autobús le estaban sacando partido doble al viaje!
Tanto trajín no nos impidió contemplar
el paisaje que nos recibía en Nepal. Olvidadas las llanuras áridas de
Rajastán y las ciudades masificadas lo que ahora veíamos era un
territorio mucho más montañoso mientras nos movíamos por gargantas de
caudalosos ríos alimentados por la incesante lluvia monzónica. Todo era
verde de la vegetación y marrón del barro que lo cubría casi todo.
Varias horas después y sin haber cesado
de llover llegamos a nuestro destino:
Pokhara, la segunda ciudad de
Nepal.
Pokhara se sitúa en la zona noroeste del valle que lleva su nombre, en
la zona de ensanchamiento del valle de
Seti Gandaki. El río
Seti y sus afluentes han cavado unos impresionantes cañones, los
cuáles son solamente visibles de puntos de vista más altos o desde el
aire. En ningún otro lugar las montañas se levantan tan rápidamente,
desde los 1000 hasta los 8000 metros!! El
Dhaulagiri,
Annapurna y
Manaslu,
todos por encima de esa altitud, pueden ser vistos desde
Pokhara. Debido
a este gran aumento de la altitud el área de
Pokhara tiene uno de los
índices de precipitación más altos del país (sobre 4000 milímetros/año).
Incluso dentro de la ciudad hay una diferencia sensible en la cantidad
de lluvia entre el sur de la ciudad en la zona del lago, y el norte al
pie de las montañas. El clima es subtropical pero debido a la elevación
las temperaturas son moderadas: los veranos tienen generalmente 30 -
35°C; los inviernos tienen un promedio alrededor de 15°C y no hay
ninguna helada. En el sur la ciudad bordea el lago
Phewa Tal (de
4,4km².y a 800 m sobre el nivel del mar) y al norte, la ciudad bordea
las primeras estribaciones del
Annapurna, a unos 1000 m sobre el nivel del mar. Los principales
grupos étnicos de región son
Newar,
Magar y
Gurung. Los naturales de Pokhara practican el hinduismo y el budismo
tibetano. Hay muchos refugiados tibetanos que viven en Pokhara desde
hace tres generaciones.
Como principal base de operaciones del
alpinismo internacional, Pokhara cuenta con una infraestructura hotelera
importante pero no en esa época del año en la que las cumbres montañosas
están perennemente cubiertas por densas nubes. De modo que indicamos a
los conductores que nos llevaran a alguno abierto y una vez allí ya
negociaríamos con los del hotel y con los del autobús por habernos
utilizado de ruta pública y con ánimo de lucro.
Acabamos en un lujoso
"hotel" (al menos en
comparación a lo que habíamos tenido esas dos semanas atrás...) donde
nos enzarzamos en una pequeña discusión multilingüística con los dueños
del autobús mientras que los del hotel nos iban haciendo de traductores
improvisados. Estoy convencida de que el hotel estaba muy necesitado de
clientes porque en otra circunstancia dudo mucho que nos hubieran dejado
acampar allí de la manera que lo hicimos. Sin poco tiempo para descansar
hicimos el reparto de cuartos, montamos el tenderete de la ropa calada
de la maleta que empezaba a ser casi toda y salimos a comer algo y
comenzar la visita de la cuidad para la que teníamos algo más de un día
completo. Serían las doce de la mañana.
Justo en frente del hotel donde
estábamos alojados encontramos un curioso restaurante regentado por una
inglesa casada con un nepalí.
El menú, bastante internacional, incluía
majares que a esas alturas de viaje no podíamos rechazar como ensaladas,
pizzas y hamburguesas. Si lo analizo ahora resulta triste no aprovechar
un viaje como ese para disfrutar de la comida local pero dada nuestro
poco entusiasmo hacia lo picante y el estado de salud del que gozaba
buena parte de la comitiva, las alternativas nativas se reducían
bastante.
Con las pilas cargadas y algo reposados
del viaje en autobús nos dispusimos a visitar los poco de Pokhara que el
tiempo disponible y la meteorología nos iba a permitir. Hay que
puntualizar que desde el lago de Pokhara, la vista de la cordillera del
Himalaya es abrumadora por las fotos que posteriormente pudimos ver en
posters y postales, pero a nosotros la capa de nubes perennes sobre las
montañas nos impidió ver los
Annapurnas, uno de los grandes
inconvenientes de viajar en época de monzón. Nos acercamos a la orilla
del
Phewa Tal y montamos en unas
canoas que sirven de transporte regular
entre sus orilla para alcanzar la base del monte coronado por la
Pagoda
de la Paz. La ascensión fue, a priori, tranquila y sin contratiempos.
Salvando un desnivel moderado fuimos alcanzando la estupa budista
construida por los monjes de la orden Nippozan Myōhōji, ubicada en un
enclave con vistas privilegiadas sobre la cadena de los
Annapurnas (que
continuaban completamente cubiertos) y el valle de Pokhara. La
construcción, por desgracia, parecía en un estado bastante descuidado y
el acceso a su interior estaba prohibido.
Mientras descansábamos y disfrutábamos
de las vistas uno de nosotros descubrió una pequeña mancha en uno de sus
pies (casi todos íbamos con sandalias). Al intentar limpiarse, se dio
cuenta que no era una mancha si no una especia de gusano oscuro que se
resistía a desprenderse de su cuerpo. Uno a uno fuimos mirándonos y
descubriendo que todos teníamos bichitos de ese tipo pegados a los pies
y que no se trataban de otra cosa que de sanguijuelas. No es que
tuvieran un tamaño alarmante, pero el tener esos pequeños vampiros
pegados a tu piel no hace especial ilusión. Con mecheros fuimos
desprendiendo las sanguijuelas que se retorcían al contacto con el calor
y se caían bien hinchadas con nuestra sangre. En el pie te quedaba una
herida minúscula de tamaño pero que no paraba de sangrar debido a la
sustancia anticoagulante que las
sanguijuelas te inyectan para poder
alimentarse mejor.
Sin mucho que hacer allí arriba, a parte
de quitarnos sanguijuelas, nos sentamos en un pequeño chiringuito que
había cerca de la pagoda. Una vez allí una parte del grupo entabló
conversación con un nativo que les propuso una Trekking guiado para la
mañana siguiente, parecía algo bastante atractivo sobre todo cuando se
comentó la posibilidad de dirigirnos hacia la zona de inicio de la
ascensión del Everest aunque luego tuvimos que desistir por necesitarse
permisos especiales al ser zona controlada, de los que nosotros
carecíamos). A cambio el guía propuso una ruta alternativa para la
mañana siguiente, donde quedariamos con el en la misma puerta del hotel
a las 7 de la mañana.
La vuelta de la pagoda a la ciudad fue
toda una odisea, parte de la expedicion, manifesto su determinación de una
manera un tanto peculiar, decidieron no volver como habian venido, en barca,
sino
volver a nado. Parecia una locura, ya que en barca habiamos tardado un rato
y a nado podria ser minimo un kilometro y pico. Al final Palentino, Saul,
Jesulen y Chema consiguieron su proposito y llegaron a la otra orilla con la
lengua fuera, bueno, alguno no se dio cuenta y para gracia de la gente que
habia en la orilla salido con otra cosa entra las piernas fuera del calzon.
Mas de uno sufrio de mareos.
Segun Google Earth, la distancia recorrida por
estos determinados fue de casi 1200 metros, algo a tener en cuenta en un
lago con el agua fria. Esta distancia suponiendo que se fuese desde el
puerto a donde te deja la barca en el sendero de la pagoda de la paz
mundial, en linea recta.
A media tarde, visitamos una cueva allí
conocida como la “caverna de los murciélagos”; al llegar a ella, vimos
que era “privada” y debíamos pagar por la entrada, la iluminación y la
guía. La cueva en sí no era nada del otro mundo, pero es cierto que
estaba lleno de pequeños vampiros... Su dificultoso acceso y salida
dieron un toque aventurero a esta visita.
De vuelta a nuestro
"hotel" aprovechamos
lo que quedaba de tarde para dar una vuelta por la ciudad, cenar algo y
hacer compras. Algunos aprovecharon la promoción de un barbero que
ofrecía afeitado más masaje de espalda... Curiosa oferta! Nos acostarnos
pronto ya que la excursión de la mañana siguiente comenzaba de madrugada
y prometía ser intensa.