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8 de Agosto – Jaisalmer, caravana en el desierto

9 de Agosto – Bikaner, donde las ratas son dioses

10 de Agosto - De Delhi a Agra, camino del Taj Majal

11 de Agosto 2007 - El Taj Majal, nueva maravilla del mundo

 

8 de Agosto – Jaisalmer, caravana en el desierto

Amanecimos llegando a Jaisalmer, y una extraña sensación había inundado mis sueños… Era como si masticase

 algo, insípido y crujiente, durante toda la noche; al despertar me percaté de que no había sido un sueño… Nuestros sacos de dormir estaban cubiertos de fina arena, y parte de ella llenaba nuestras bocas… Mientras escupíamos, nos preguntábamos qué demonios había pasado. Al mirar por la ventana, nos percatamos de que habíamos atravesado una tormenta de arena… Habíamos llegado al desierto de Thar.

Desde hace siglos, Jaisalmer ha estado estratégicamente situada en la ruta de las caravanas de camellos que unía la India con Asia Central; a la sombra de su boyante actividad comercial, la ciudad creció en tamaño e importancia, hasta su decadencia con la llegada de los ingleses y la apertura de importantes puertos como el de Bombay. Fue en los años 60 cuando su situación geográfica le devolvió su importancia, esta vez como punto estratégico durante la guerra contra Pakistán (cuyo frontera queda de la ciudad a unos 100 km).

Al llegar a la estación de Jaisalmer, ya era de día. Una multitud de representantes de hoteles nos rodearon ofreciéndonos alojamiento. La situación se volvió violenta, y hubo algún empujón que otro… Nos decidimos por el Golden City. ¿Por qué? Pues porque tenía piscina!!! Después de casi dos semanas de intenso viaje y tirado de precio, quién podía resitirse a un bañito?? No íbamos a hacer noche en Jaisalmer, por lo que negociamos con el dueño alquilar una habitación únicamente para dejar las mochilas durante todo el día.

Como gran parte de las ciudades del Rajastán, Jaisalmer no iba a ser menos, tiene su fuerte. Se encuentra cerca del hostal y nos acercamos andando (excepto Borja, que alquiló una moto) por calles sin pavimentar, pobladas de niños, vacas, cerdos y basura…Mucha basura. El fuerte fue construido por   en 1156 en lo alto de la colina Trikuta a 80 metros de altura. La mayor diferencia con el de Jodhpur, además de que es menos espectacular y elaborado, que es el único fuerte de estas características habitado de todo el mundo; gran parte del terreno dentro de las murallas está ocupado por casas, calles, templos y palacios, lo que le da un toque de pueblo ancestral. Un sistema de drenaje labrado en roca en muchos de sus tramos evacua el agua y los excrementos. Sin lugar a dudas atravesar su triple muralla supone un salto hacia atrás en el tiempo; nada parece haber cambiado durante siglos.

Paseamos sin prisa por sus calles, observando los quehaceres de los habitantes del fuerte ajenos al pasar de los turistas; mujeres tendiendo ropa, vacas tumbadas bloqueando las estrechos pasajes y niños jugando… Nos sentamos en lo alto de la muralla y contemplamos desde allí la ciudad; el color de la arenisca amarillenta y brillante da origen al sobrenombre de Jaisalmer, la Ciudad Dorada. Allí permanecimos admirando las vistas, al igual que el cañón que teníamos al lado había hecho durante siglos.

Tras la visita al fuerte, volvimos al Golden City a por nuestra recompensa. Metidos en la piscina disfrutamos del paréntesis que nos ofrecía ese momento. Tras comer copiosamente, decidimos contratar una excursión en dromedario (una sola joroba, así que no eran camellos!). Incluiría el desplazamiento al desierto, el alquiler de los animalitos, bebida durante la travesía y una cena en el desierto con espectáculo. Borjita comenzó a no sentirse bien… Su estómago estalló varias veces, aunque no estaba dispuesto a perderse el paseo entre dunas!

  

De camino al desierto en jeeps, a Juanra se le voló la gorra; sin dudarlo dos veces, grito “Stop!” para que el chofer parase y se bajó descalzo, corriendo carretera atrás en busca de ella; el grito “¡me quemo!, ¡me quemo!” nos dio una idea de la temperatura del asfalto.

Una vez en el campamento del desierto, cada uno elegimos nuestro “vehículo” y un total de diecisiete dromedarios salía en caravana en busca de las doradas dunas del desierto de Thar, al igual que hacía siglos lo hacían los comerciantes y peregrinos. El calor apretaba según avanzaba la multitudinaria marcha, cuando nos percatamos que los guías no tenían agua… Ni ningún tipo de bebida para nosotros. La lengua se nos pegaba al paladar debido a la sed, y nuestras quejas y disputas con los guías no solucionaban la situación. Nos prometieron que en el lugar donde íbamos a cenar, nos darían también de beber….Pero, ¿cuánto quedaba?

A mitad de camino, un conjunto de grandes dunas vírgenes e intactas nos indicó que entrábamos en el desierto real. Nos revolcamos en la arena cual chiquillos e inmortalizamos el momento y el paisaje con un extenso reportaje fotográfico.

Una leve tormenta embarraba el camino mientras llegábamos al punto de destino. Preocupados por la posibilidad de que continuase lloviendo y de no llegar a tiempo a tomar el tren hacia Bikaner, esperamos pacientes a que los habitantes del desierto preparasen la cena y el espectáculo de música y baile. Se nos sirvió arroz con salsa picante y un poco de agua, mientras unas bailarinas con la cara blanqueada se movían al ritmo de instrumentos tradicionales.

Subimos a los jeeps para volver al hotel, con la sensación no demasiado grata de la excursión de aquella tarde… Nuestro enfado se completó cuando al llegar al hotel nos encontramos con que no había luz; fue una auténtica odisea encontrar y preparar nuestras mochilas, y mucho más ducharnos a la luz de velas y de pequeñas linternas… A contrarreloj y recriminando al dueño del hotel todas las carencias tanto de la excursión como del alojamiento, salimos pitando hacia la estación de tren.

De nuevo, y como ya era rutina, tomamos posiciones en las estrechísimas literas de la Sleeper-Class y tendimos nuestras sempiternas húmedas ropas. Borja deliraba a causa de la fiebre, y maldecía a la India y a los hindúes, mientras María e Irene intentaban atenderle. Realmente su estado era preocupante…

 

9 de Agosto – Bikaner, donde las ratas son dioses

Algunos no recuerdan Bikaner con demasiada ilusión... Luismi, Garci, Dipasi e Ico bajaron del tren con las fuerzas justas y cada uno con lo suyo: fiebre, diarrea o simplemente agotamiento físico.  Los que aún teníamos fuerzas, encabezamos una avanzadilla en busca de un hostal o algo similar; sólo necesitábamos dejar las mochilas a buen recaudo, ya que partiríamos antes de que acabara el día.

Caminando por los alrededores de la estación, el desconchado asfalto estaba cubierto de barro, excrementos, charcos y todo tipo de basura... Los transeúntes caminaban entre los vehículos y redes de enmarañados cables eléctricos cruzaban las calles de un edificio a otro. Los hostales que encontramos estaban en línea con lo que habíamos visto de la ciudad: sucios y lúgubres, pero tuvimos que decantarnos por uno. Un par de habitaciones sirvieron para meter el equipaje y a los enfermos con sus inseparables botellas de suero.

Aún a orillas del desierto de Thar, Bikaner fue tierra de guerreros y enclave fundamental en la Ruta de la Seda, al igual que Jaisalmer. Y también al igual que su vecina encontró su declive con el asentamiento de las rutas comerciales marítimas a partir de la ocupación británica.

Nuestro primer objetivo, y para algunos uno de los más esperados desde que pisamos tierras indias, era visitar el famoso templo de Karni Mata, más conocido como el templo de las ratas. Para recorrer los 30km que lo separan de Bikaner (está situado en la población de Deshnoke) preguntamos a los lugareños y tomamos un autobús.

El templo, de seis siglos de antigüedad, nos da la bienvenida con un elaborado pórtico de entrada de mármol blanco, flanqueado por unas paredes, mucho más sobrias y de color rosado. Lo primero, a quitarse las zapatillas; no olvidemos, que aunque sea de ratas, es un templo... Y tras traspasar la puerta, la lógica y el entendimiento se quedaron fuera, esperándonos a la salida. Cientos de ratas campaban a sus anchas sobre un suelo de baldosas negras y blancas, a modo de ajedrez, cubierto de orín y excrementos de rata (y nosotros descalzos o en calcetines...). Platos de metal llenos de leche logran arremolinar a decenas de estos roedores. La mayoría de “los dioses” parecen enfermos, incluso moribundos, y pensamos que el hecho de no encontrar a miles de ellos como prometían nuestras guías de viaje era debido alguna enfermedad. Aun así el número de ratas en el recinto impresionaba. Los fieles del templo creen que Karni Mata y sus seguidores, los sadhus, los hombres santos del hinduismo, se reencarnan en ratas tras su muerte. Además, este animal está considerado en la mitología hindú como el vehículo del dios elefante (Ganesh), y por toda la India es fácil encontrar estatuas e ilustraciones de Ganesh con una rata al lado. Los peregrinos ofrecen a los dioses-rata bolas de arroz de color amarillo y otros alimentos. El patio exterior se cubre con mallas para evitar que los pájaros roben la comida a los dioses, aunque alguna paloma que otra se cuela... Tras salir del templo, me deshice de mis empapados calcetines tirándolos a una papelera (¡increíble, una papelera!) mientras leía un cartel que promociona el templo de Karni Mata como la octava maravilla del mundo... Me quedo con una cosa, el olor a putrefacción que habia en ese lugar y los tumores que consigo llebavan los dioses-ratones.

   

El fuerte de Junagarh es una magnífica ciudad fortaleza con edificios de arenisca roja y murallas medievales. La fundó Rao Bikaji , maharajá de Jodhpur, en 1488. Nos sorprendió una gran puerta dotada de defensa anti-elefantes, cubierta con clavos de hierro, servía para evitar la embestida de los paquidermos en caso de ataque. Además el corto pasillo que llevaba a esa puerta, estaba diseñado de tal manera para que el animal no pudiese tomar carrerilla suficiente para derribar la puerta. De nuevo, al igual que en Jodhpur, manos femeninas aparecían esculpidas en las paredes recordando a las doncellas que se lanzaron a la pira de de cremación de su maharajá. En el interior, encontramos un laberinto inagotable de habitaciones, pasillos y escaleras, que nos llevaban desde la azotea del fuerte a sus lugares más recónditos y protegidos. Piezas de museo, como armas, cuadros e incluso un avión biplano que luchó en la Primera Guerra Mundial se exponían en diferentes estancias. Tras la visita y muertos de hambre, decidimos comer en un restaurante justo en frente del fuerte; ofrecían platos occidentales a precios casi occidentales, pero el cansancio y las pocas ganas de buscar otro sitio hicieron saltarnos por una vez el presupuesto.

  

Además de lo que ya habíamos visitado en la población de Bikaner, habíamos oído que allí se encontraba la granja de dromedarios (recordemos, una joroba=dromedario!!) más grande de toda Asia; calculamos el tiempo que nos quedaba y pensamos que sería un buen sitio para finalizar nuestra aventura en aquel remoto lugar. Se encuentra a unos 8 Km de la ciudad,  y unos rickshaws nos llevaron raudos y veloces hasta allí. Multitud de cuadras valladas contenían a estos seres del desierto, con sus crías aún mamando de sus madres; todos habíamos estado en una granja, pero esto era totalmente diferente. Rumiando y despreocupados, nos miraban indiferentes a través de la alambrada mientras nosotros disfrutábamos como niños haciéndonos fotos con los bebes-dromedarios. Ya en la Primera Guerra Mundial, la Armada Inglesa mantenía en este lugar un batallón a lomos de dromedarios. Al parecer es espectacular visitar las instalaciones cuando toda la manada llega de pastar (nosotros no tuvimos esa suerte). Alrededor de las cuadras y corrales, existen instalaciones y laboratorios desde donde se controla la explotación. Pudimos degustar unos helados de leche de dromedario (con éxito variado…). Una imagen curiosa; al lado de uno de los corrales, una serie de cubos rojos colgaban de sus asas con la inscripción siguiente: “FIRE”. Curioso sistema antiincendios, pero ¿dónde estaba el agua para llenar los cubos?

Tras recoger a los “caídos” nos dirigimos hacia la estación de tren. Por menos de 4,5 €, viajaríamos hacia New Delhi, a 675 Km de Bikaner. Nos dirigíamos al corazón de la India, tras pasar unos días inolvidables en las tierras que separan India de Pakistán. En la estación de Bikaner, mientras esperábamos nuestro tren, comprobamos como las vacas casi ganaban en número a los pasajeros… Una de ellas, permanecía de pie e impasible sobre los raíles de la vía, justo delante de un tren. Pero espantar a una vaca sagrada para conseguir cumplir los horarios del ferrocarril no está muy bien visto allí…

 

10 de Agosto - De Delhi a Agra, camino del Taj Majal

La llegada a la estación de Old Delhi nos resultó familiar a alguno de nosotros. Ya habíamos pasado por ese punto hacía alrededor de una semana al comenzar nuestro tour por Rajastán sin embargo, la luz de la mañana hacía de ella una estación bien distinta.

Esa mañana la organización de los 17 que íbamos en el grupo (Mónica y Coke llevaban varios días en Delhi alojados en un hotel) costó bastante. Entre conseguir los billetes para Agra de esa misma tarde y coordinar los distintos planes de cada uno prácticamente se nos pasaron un par de horas...Teníamos que concentrar la visita a Delhi en menos de un día!. Afortunadamente la llegada a la capital había sido en horario ya habitual para nosotros y cuando nos quisimos poner en marcha era aún relativamente temprano.

Los que continuaban enfermos optaron por irse al hotel de Coke y Mónica y otros tenían que hacer gestiones en las agencias de viaje (el Rajastán había mellado las fuerzas de alguno de nosotros y habían decidido adelantar el vuelo de vuelta a casa); el grupillo de reconocimiento se había reducido a menos de 10. Nos pusimos en marcha.

Como no quedaba lejos de la estación, aprovechamos para acercarnos andando al Fuerte de Delhi (también conocido como Fuerte Rojo por el color de la piedra arenisca con el que se construyó). El paseo callejeando por Delhi fue muy interesante, cosa que desafortunadamente no podemos decir de la visita al fuerte ya que no pudimos entrar en él. Cuando llegamos al borde de la valla que rodea los extensos jardines del fuerte nos encontramos una gran multitud de gente. Eran fundamentalmente militares y niños que ensayaban para los desfiles del Día de la Independencia de India que se celebra el día 15 de Agosto. Además ese año se cumplían 60 años de la salida de los ingleses del país por lo que las celebraciones iban a ser a lo grande. En fin, nos tuvimos que conformar con echarle un vistazo desde fuera.

Hechas las fotografías pertinentes nos dirigimos hacia un minarete que vislumbrábamos tras un grupo de edificios. Se trataba de la Jama Masjid (que significa Mezquita del Viernes), una de las mezquitas más grandes de la India y el principal centro de culto para los musulmanes de la ciudad de Delhi. La mezquita está construida en lo alto de una pequeña colina a la que se accede por una escalinata. Esta situación privilegiada permite que la fachada del edifico sea visible desde numerosos puntos de la zona, como desde el que nosotros nos encontrábamos frente al Fuerte Rojo. Fue construida por el emperador mogol Shah Jahan entre 1644 y 1658. Shah Jahan quería construir una réplica de la Moti Masjid, la mezquita de la ciudad de Agra y el resultado fue una mezcla de los estilos arquitectónicos mogoles e hindúes.

Al tratarse de un importante centro religioso musulmán, las restricciones de entrada son bastante severas, ante todo a nivel de vestuario como es de esperar: nada de camisetas de manga corta, pantalón corto o faldas por encima la rodilla, ellos cuentan con una especie de batas para los turistas poco preparados en ritos religiosos de este tipo. Por otro lado, limitan la entrada de mochilas y cámaras de foto y vídeo para las que tienes que pagar el insólito canon hindú que nos hemos encontrado por todo el país. Todo esto nos obligó a subdividirnos en 2 grupos para que uno pudiera hacer la visita mientras que el otro cuidaba de las mochilas a la puerta.

El calor iba apretando a medida que la mañana pasaba y empezaba a ser molesto. Por suerte una vez dentro del patio de la mezquita (enorme, por cierto) nos encontramos con una hilera de fuentes de agua fresca en las que mojarte lo pies, las manos, la cara... Vamos que te entraban ganas de pegarte un buen chapuzón! Mucho más con las capas de ropa que el islam nos obligaba a llevar puestas.

Después de una rápida visita al patio, la mezquita en sí y uno de los minaretes al que te permitían la subida por un módico precio, nos dimos el cambiazo con el grupo que nos esperaba pacientemente en la puerta. Nos tocaba ahora esperar a nosotros.

Con poco tiempo extra disponible hasta la salida del tren que iba para Agra desde la estación de Nueva Delhi y teniendo que pasar a recoger nuestras maletas por la estación de Old Delhi, decidimos aprovechar las últimas horas en la ciudad para ir a Connaught Place, el centro moderno de Delhi, un área formada por un cinturón redondo cortado por anchas calles radiales lleno de tiendas, restaurantes, etc. La verdad es que tras todo lo visto en las dos semanas que llevábamos en la India, el llegar a un lugar donde encontrar todas las grandes multinacionales de ropa y comida sorprendía bastante. De la oferta que nos proporcionaba Connaught Place, decidimos seguir fieles al lema de probar la gastronomía local y entramos en un burguer hindú donde nos deleitaron con unas hamburguesas de carne de cordero bastante regulares, pero, eso sí, peculiares. Tras la comida nos acercamos a la zona comercial a hacer algo de compras, pocas, porque el tiempo había pasado rápido…

De vuelta a la estación el tema logístico se nos complicó bastante: los primeros ricksaws que paramos nos pedían una cantidad que nos parecía demasiado elevada para la poca distancia que pensábamos nos separaba de nuestro destino. Barajamos la posibilidad de utilizar el metro, pero las excesivas medidas policiales a la entrada nos hicieron volver a cambiar de opinión (abrían todas las mochilas y analizaban cosa por cosa todo lo que llevaras dentro, nos hubiéramos eternizado!). Por fin encontramos una furgonetilla que se ofreció a llevarnos. Al final resultó ser un viaje relativamente largo por el intenso tráfico que había a esas horas por la ciudad. Al llegar a la estación ya estaba todo casi el grupo reunido allí.

Conseguir que nos devolvieran nuestras maletas fue relativamente complicado, y de nuevo corriendo a encontrar transporte a la otra estación: tanta prisa para nada! El tren de Agra se retrasó muchísimo... Iba a ser un viaje muyyyyyyy largo.

Al coger los billetes a última hora no pudimos pillar sitio en sleeper class como habíamos hecho en casi todos nuestros trayectos por la India y acabamos en un vagón atestado de gente sentada en bancos de madera. Bueno, algunos iban tumbados como una buena señora bien entradita en carnes que había decidido que su edad le daba derecho a estarse repanchingada en el banco de uno de los compartimentos mientras el resto se hacinaba en el espacio restante. No debió de gustarle mucho nuestra llegada. A alguno del grupo no le entusiasmó la idea de sentarse en esas condiciones (3ª Clase india, no no segunda clase, para verlo) las 2-3 horas que teóricamente iba a durar el viaje así que decidieron pagar 300 Rs extras (algo más de 4,5 €) y meterse en un compartimiento con literas en segunda clase (con aire acondicionado). El resto nos fuimos repartiendo en los pocos huecos que íbamos encontrando libre y mentalizándonos para afrontar las siguientes 2 horas hasta Agra. ¡Quién nos iba a decir que al final iban a ser más de 4!

Con el retraso con el que habíamos salido y las paradas inesperadas en medio de la vía, obviamente, se nos hizo de noche y nos perdimos la puesta desde el fuerte de Agra, (pero en el tren si la vimos y fue una de las mejores de todo el viaje, sino mirar el foton que salio) uno de los espectáculos recomendados en todas las guías. Pero acabamos haciendo amistad con los pasajeros que teníamos al lado y que, claro está, flipaban con nosotros, ya no solo por ser occidentales, si no por el número que éramos. Recuerdo especialmente a un hombre con el que estuvimos charlando bastante que era de cerca de Agra, a un viejecito que aunque no era muy hablador no paraba de sonreírnos y mostrarse muy atento a lo que íbamos contando al señor de antes. Jugamos con algunos de ellos a las cartas a un juego parecido al guiñote, pero sin cantar las 40!

Poco antes de llegar a Agra, en una de las últimas paradas que el tren hizo, Irene y yo (María) decidimos bajarnos a comprar algo de agua fresca. Esa vez sin embargo, quizá por el retraso con el que íbamos o quizá simplemente por casualidad, el tren empezó a andar justo cuando nos dirigíamos hacia el puesto más cercano. Tuvimos suerte de estar aún cerca de los vagones por lo que pudimos saltar en uno de ellos, pero el paso hacia los vagones de 3ª estaba cortado por un cierre metálico... Habíamos caído en la 2nd sleeper class donde estaba la otra parte del grupo y el cierre servía para evitar el paso de viajeros de una a otra. (Moraleja: no os fiéis de las paradas de los trenes en la India que nunca se sabe!).

La llegada a Agra no se diferenció mucho de las tantas que a esas alturas ya habíamos hecho en muchas ciudades hindúes. Nos dirigimos hacia un hotel recomendado en las guías de presupuesto asequible, pero nos encontramos con que en Agra casi todos los hoteles estaban llenos... O por lo menos no había sitio para 19 personas por mucho que nosotros nos hacináramos en habitaciones pequeñas... La solución llegó de casualidad en uno de esos hoteles donde preguntamos por unas habitaciones: nos dejaban dormir en el ático, bajo las estrellas por un precio de oferta!

La noche acompañaba y a lo lejos se podía vislumbrar/imaginar la silueta del casi único atractivo que hacía de Agra punto de visita de gente de todo el mundo.... El Taj Majal! Nueva maravilla del mundo! Que allí nos esperaba para mañana por la mañana. Mientras tanto la gente se preparaba para la velada en el ático, una ducha en alguna de las 3 habitaciones que habíamos cogido para dejar los equipajes, usar los baños y dormir algunos. Tras la cena en el ático, celebramos el cumpleaños de Saúl con alcohol de importación, lo traíamos desde España!

 

11 de Agosto 2007 - El Taj Majal, nueva maravilla del mundo

Despertador a las 5 de la mañana... El Taj Majal lo merecía y no nos defraudó! El primer contacto con él desde la azotea del hotel donde gran parte del grupo había dormido fue espectacular. Más pequeño de lo que muchos esperábamos pero de una armonía sorprendente se erigía esa pequeña maravilla del mundo de entre un paisaje que poco aportaba a su majestuosidad. Multitud de humildes familias aún dormían a la intemperie en las azoteas, huyendo del calor; las madres abrazaban a  los más pequeños, mientras que un verdadero ejército de monos deambulaba y pasaba de una terraza a otra, haciendo de las suyas.

Tras unos minutos admirando esa impactante construcción desde nuestra posición privilegiada, nos vestimos rápidamente y nos acercamos a verlo. Preparados para desembolsar la mayor cantidad de dinero que el turista tendrá que pagar por entrar a un edificio hindú (la entrada para los no hindúes, ni pakistaníes, ni nepalíes, ni bengalí, roza los 15 €, cantidad por la que se puede vivir más que razonablemente en la India durante 3 días) nos encontramos con la grata sorpresa de la entrada al templo era gratuita al celebrarse no recuerdo que centenario de la muerte del rey Sha Jahan, quien mandó construir el Taj Majal en honor a su esposa favorita, Mumtaz Majal, que murió durante su 14º parto!!. Contentos con la noticia, atravesamos la entrada principal, la "darwaza", un edificio monumental construido en arenisca roja, para contemplar una de las vistas más famosas en todo el mundo: el Taj Majal, considerado el más bello ejemplo de arquitectura mongola, que combina además elementos de la arquitectura islámica, persa, india e incluso turca.

  

El monumento ha logrado especial notoriedad por el carácter romántico de su inspiración. Aunque el mausoleo cubierto por la cúpula de mármol blanco es la parte más conocida, realmente el Taj Mahal es un conjunto de edificios integrados. Además, el complejo se ubica dentro de un recinto que mide 320 x 300 metros e incluye canteros de flores, senderos elevados, avenidas de árboles, fuentes, cursos de agua, y piletas que reflejan la imagen de los edificios en el agua. Cuando entras en el Taj Majal pierdes la noción del tiempo. Los jardines, las vistas, las inevitables fotos que no te cansas de hacer, la vista a los diferentes edificios secundarios (la mezquita, masjid, que se eleva a la derecha del edificio principal y el jawab, literalmente respuesta, a la izquierda, que se piensa se creó con finalidad estéticas para balancear la composición arquitectónica global y que se usaba como hostal o casa de invitados)...

El edificio principal, sorprende por el detalle de la decoración de sus paredes y construcciones internas. El mármol que caracteriza la construcción está por todas partes salpicado de piedras preciosas incrustadas en él y traídas de toda Asia: el jaspe se trajo del Punjab y el cristal y el jade desde China. Desde el Tíbet se trajeron turquesas y desde Afganistán el lapislázuli, mientras que los zafiros provenían de Ceilán y la carnelia de Arabia. En total se utilizaron 28 tipos de gemas y piedras semipreciosas para hacer las incrustaciones en el mármol. Los guías te mostraban cómo cada detalle en el mármol se había realizado con piedras en toda una pieza poniendo encima de los motivos decorativos la luz de una linterna que convertía en traslúcida la piedra preciosa.

Tras la visita al mausoleo (también en esto hubo suerte ya que dada la celebración algunas habitaciones que normalmente no se podían visitar estaban abiertas para el público) comenzamos el regreso al hostal. ¡Parecía mentira pero habíamos estado unas 4-5 horas en el recinto! Pero el Taj Majal lo merecio, ya que fue una de las experiencias de paz y tranquilidad mas estrañas que habiamos sentido.

Nos pegamos un desayuno de campeones y preparamos las mochilas para ir a la estación y buscar tren de vuelta a Delhi, era desde allí desde donde teníamos billete para Varanasi.

Entre un tren y otro pudimos darnos una vuelta por Delhi y elegimos el centro empresarial que ya conocíamos para acabar las compras que se habían quedado inconclusas el día de antes y para encontrar algún restaurante de tendencia europea (fast food, vaya...).

Este era el final del viaje para parte de la expedición que, por motivos varios, debían de volver desde Delhi a España. Nos despedimos de Juanra, Coke, Mónica, Pilar y Luismi y emprendimos la segunda etapa de la aventura…. La que nos acercaba a los Annapurnas y al Everest….

Empezábamos a acercarnos a Nepal, aunque aún nos quedaba una importante etapa de la India por cumplir: Varanasi (o Benarés), ciudad sagrada por excelencia para los hindúes y destino elegido en sus últimos días de vida para poder morir a orillas del Ganges.

 

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